domingo, 14 de diciembre de 2008

LA MAYORÍA DE LAS VECES, YO LA DEJABA HACER


Desnudo sentado en rojo, de Marc Chagall. Reproducción Cruz González. www.momgallery.com
La mayoría de las veces, yo la dejaba hacer.
Ella siempre tenía ideas claras,
imposibles de realidad.
A veces yo la empujaba en sus ideas
y ella corría por el cielo,
como si al cielo pudiera llegar en 4 pasos.
Artista de lo imposible, después de cada fracaso,
volvía muda y loca,
con los ojos abiertos,
como si el cielo estuviera ahora con nosotros.
Pensar, es un trabajo horroroso, me decía,
mientras se metía los dedos en la nariz,
o bien, acariciaba con suaves movimientos su sexo,
evidenciando un notable cansancio.
En esos casos yo le acariciaba la frente,
y dejaba que mis labios,
rozaran imperceptiblemente sus labios
y todo era agonía
y ella, lloraba, se reía
y apretaba su cuerpo contra mi cuerpo
y me quería comer.
Yo tomaba distancia
y le aplicaba tres o cuatro golpes de puño en la cabeza.
Ella se tranquilizaba y me prometía dulcemente,
chupar en lugar de morder, y así,
pasábamos un rato agradable.
Después,
ella escupía los restos de semen,
como si fueran restos de comida y nos quedábamos dormidos.
Y cuando hacemos el amor, ella me pregunta si la amo.
Ocupado en delicadas maniobras
para poder penetrarla por el culo,
le pido que se relaje.
Ella apretando los dientes,
vuelve a preguntarme si la amo.
A instantes de ser parte de sus entrañas
me confieso suyo,
y ella se abre como una castaña entre la nieve
y deja en ese gesto incomparable,
que un océano de semen enamorado
se mezcla con su mierda.
Y esa bondad sólo es posible en Dios
y entonces, ella se queda como adormecida.
Aprovechando su quietud momentánea,
salgo a la calle desesperado, a buscar
un poco más de dinero.
Y vuelvo a la noche con nada o con muy poco,
y ella me espera pero está cansada,
o tal vez,
un poco triste porque agosto fue un mes caluroso
y sus amigas estaban en el mar.
Me estremece su cara de paloma perdida,
quiero verla feliz y le pregunto:
¿quieres que vayamos al mar?
Claro, me dice,
como si el mar estuviera aquí en la esquina
como mi cielo, ves,
como mis ideas imposibles.
Ah los hombres, los hombres,
y se recuesta sobre la cama
y abre sus piernas como antaño se abría el mar.
Me dejo deslizar por esa pausa entre las olas,
como hacen los grandes nadadores y ahora,
su silencio es el mar.
A veces hacemos el amor como una mujer y un hombre,
esos días, después, nos quedamos conversando.

Miguel Oscar Menassa. El oficio de morir. Editorial Biblioteca Nueva.

2 comentarios:

  1. Este es el poema que habría querido escribir Pavese ¿no? Quiero decir que el poema es de esa línea pero dando un paso más.
    Personajes en apariencia cotidianos, pero todo convertido en pura poesía. Cada detalle, todo lo que pasa en el poema es de una belleza sublime.

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  2. Si, Pavese tuvo la desgracia de morirse antes de que Menassa pudiera intervenir.
    Un saludo

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