martes, 16 de diciembre de 2008

EL SEXO EN LA ROMA DE ARETINO: DE LAS LUPAE A LAS CORTIGINAE (O DE LAS LOBAS A LAS CORTESANAS)


El cuadro es un desnudo, de Amadeo Modigliani

En la Roma clásica el sexo tenía categorías rígidas que pocas veces se distorsionaban. Existía el lupanarium, atendido por mujeres jóvenes que se llamaban lupae, es decir, lobas (acaso como la que amamantó a Rómulo y Remo). La palabra lupanarium, a su vez, aceptada por Petronio, Catulo Y Juvenal, era resistida por otros poetas como Marcial y Horacio. Estos argumentaban que el verdadero nombre debía ser el de fornice, derivado de los arcos que adornaban los muros exteriores de los edificios. Y es aquí, en los fornices, donde se pactaba para fornicar con las lupae, quienes, a veces, lo hacían públicamente para atraer clientes.

Además de las lupae, que vivían en los suburbios, existían las famosae, patricias que se prostituían para alcanzar posiciones o aspirara a los favores de los poderosos. Les seguían las doris, de proporciones escultóricas, y las ambulatoriae (similares a las que siglos después serían llamadas putanne di candele), que buscaban en la calle o en el circo.

Luego, descendiendo en la escala del sexo, se hallaban las aelicariae, hijas de panaderos que vendían los panes colyphia, palabra que en el argot de los gladiadores significaba pene. En lo más bajo de la escala, se ubicaban las bustuariae, que ejercían en los cementerios.

El sexo se practicaba en las posadas y tabernas. Incluso en los baños públicos, donde las lupae se ofrecían como masajistas para fornicar con los clientes, como lo escribe Plinio. Había burdeles por todas partes. Burdeles para los pobres y burdeles para los patricios.

En las antiguas lupercalias, sin embargo, no se hacía ninguna clase de distingo. La orgía sexual era pública y nadie podía quejarse del compañero o la compañera que le tocaba en suerte. Las penetraciones estaban en función de toda cavidad dispuesta a convertirse en receptora, como decía Alberoni en les Lupercollis de Firenze (1592)

Ya en el Renacimiento, las cortigiane debían su nombre al trato frecuente con los cortesanos en los palacios ducales. Eran amantes de duques y príncipes de la iglesia. Poseían un cultura que las distinguía entre las puttane, como lo expresa el mismo Aretino en el Ragionamento del Zoppino. De gran memoria, dirá él, podían recitar a Horacio, Ovidio, Virgilio y Tetrarca.

Había dos clases de cortesanas, las cortigiae oneste, cultas, de posición elevada, y las cortigiae di candele, las que buscaban en los lugares públicos, alumbrándose por las noches con una candela. No eran en realidad, estrictamente cortesanas, sino puttane di candele.

Pietro aretino, el autor de los Sonetti lussuriosi y los Ragionamenti, exaltó y satirizó a las cortesanas, porque siempre anduvo mezclado en sus aventuras. Las conoció profundamente, como Benvenuto Cellini, y en algunos momentos fue por ello objeto del ataque de los poetas que le tenían inquina por su talento y sus conexiones con los Médicis.

Si hemos de recordar a ciertas cortesanas, debemos mencionar a Imperia de Cagnaris, nacida en Roma en 1481. Era hermosísima y escribía sonetos. Se cree que fue la modelo de Rafael para la Safo de Parnassus. En su casa se reunían los grandes poetas y artistas del Renacimiento. Murió a los 26 años (según parece por propia mano) y fue enterrada en la Iglesia de San Gregorio, un privilegio jamás alcanzado ni antes ni después por otras cortesanas.

Ora punta honesta, y también de excelsas condiciones, de la que se enamoró Bandello, fue Caterina di San Celso. Era música y de una vasta cultura general en todas las artes, los poetas solían pedirle que musicara sus obras.

Podríamos mencionar a muchas más: Fiammeta, Grechetta, Corsette. Todas ellas se destacaron. Dueñas del sexo que ambicionaban los influyentes, no lo descuidaron e intercedieron ante duques, príncipes y funcionarios de la Iglesia para salvar a más de un creador por una persecución arbitraria.

Juan Jacobo Bajarlía, del libro: Breve diccionario de erotismo y poemario satírico, ed.Almagesto.

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