viernes, 27 de febrero de 2009

POESÍA ERÓTICA. INDIFERENCIA. CESARE PAVESE


Cuadro: El nuevo perfume. Godward.

Ha brotado este odio como un vívido amor,
sufriendo, y se contempla anhelante.
Pide un rostro y una carne, como si un amor fuese.
Han muerto la carne del mundo y las voces
que sonaban, un temblor se ha apropiado de todo;
la vida toda está suspendida de una voz.
Bajo un éxtasis amargo transcurren los días
en la triste caricia de la voz que regresa
empalideciendo nuestro rostro. No sin dulzura,
esta voz al recuerdo le resuena despiadada
y temblorosa: tembló una vez por nosotros.
Pero la carne no tiembla. Sólo un amor
Incendiarla podría y este odio la busca.
Todas las cosas y la carne del mundo
y las voces no valen la caricia inflamada
de aquel cuerpo y aquellos ojos. En el amargo éxtasis
que se destruye a sí mismo, este odio reencuentra
una mirada cada día, una rota palabra,
y las aferra, insaciable, como si un amor fuese.

jueves, 26 de febrero de 2009

POESÍA ERÓTICA. EL SUEÑO Y EL DESEO. CÉSAR FERNÁNDEZ MORENO

"Desnudo". To Lien

EL SUEÑO Y EL DESEO

El sueño y el deseo desarrollan en mí
una y otra secuencia de su combate inmortal
son jefes absolutos
en una lucha sin matices
cada vez definida en un tajo

ya me tiene el deseo desprovisto de ser
puro movimiento iniciándose
entonces en algún lugar del tiempo
un contingente de sueño me abate

ya el sueño me deshace
me reemplaza por noche
pero el deseo irrumpe en cualquier instante de mi alma
pero tu sexo empieza en cualquier punto de tu cuerpo.

Cesar Fernández Moreno



miércoles, 25 de febrero de 2009

POEMAS ERÓTICOS. DOS. PAVESE.


Dibujo: Rodin. La lujuria.
Hombre y mujer se miran supimos en el lecho:
Ambos cuerpos se extienden grandes y agotados.
Está el hombre inmóvil, tan sólo la mujer respira hondamente
Y su blanco costado palpita. Las piernas extendidas
Del hombre son enjutas y nudosas. El susurro
De la calle bañada por el sol bulle tras los postigos.
El aire pesa impalpable en la densa penumbra
y congela las gotas de vivo sudor
en los labios. Las miradas de las cabezas arrimadas
son idénticas, pero ya no encuentran los cuerpos
abrazados, como antes. Se rozan apenas.
Mueve algo sus labios la mujer, que calla.
La respiración que le hincha el costado se contiene
Ante una mirada más persistente del hombre. La mujer
Vuelve el rostro acercando una boca a la otra.
Pero la mirada del hombre no cambia en la sombra.
Graves e inmóviles pesan los ojos en los ojos,
bajo la tibieza del aliento que reaviva el sudor,
desolados. La mujer no mueve su cuerpo
blando y vivo. La boca del hombre se acerca.
Pero la mirada inmóvil no cambia en la sombra.

lunes, 23 de febrero de 2009

POESÍA ERÓTICA. CUERPO A LA VISTA. OCTAVIO PAZ

"Return of Spring". Adolphe Bouguereau




CUERPO A LA VISTA

Y las sombras se abrieron otra vez y mostraron un cuerpo:
tu pelo, otoño espeso, caída de agua solar,
tu boca y la blanca disciplina de sus dientes caníbales, prisioneros en
llamas,
tu piel de pan apenas dorado y tus ojos de azúcar quemada,
sitios en donde el tiempo no transcurre,
valles que sólo mis labios conocen,
desfiladero de la luna que asciende a tu garganta entre tus senos,
cascada petrificada de la nuca,
alta meseta de tu vientre,
plata sin fin de tu costado.
Tus ojos son los ojos fijos del tigre
y un minuto después son los ojos húmedos del perro.
Siempre hay abejas en tu pelo.
Tu espalda fluye tranquila bajo mis ojos
como la espalda del río a la luz del incendio.
Aguas dormidas golpean día y noche tu cintura de arcilla
y en tus costas, inmensas como los arenales de la luna,
el viento sopla por mi boca y su largo quejido cubre con sus dos alas
grises
la noche de los cuerpos,
como la sombra del águila la soledad del páramo.
Las uñas de los dedos de tus pies están hechas del cristal del verano.
Entre tus piernas hay un pozo de agua dormida,
bahía donde el mar de noche se aquieta, negro caballo de espuma,
cueva al pie de la montaña que esconde un tesoro,
boca del horno donde se hacen las hostias,
sonrientes labios entreabiertos y atroces,
nupcias de la luz y la sombra, de lo visible y lo invisible
(allí espera la carne su resurrección y el día de la vida perdurable)
Patria de sangre,
única tierra que conozco y me conoce,
única patria en la que creo,
única puerta al infinito.

OCTAVIO PAZ

RELATOS ERÓTICOS. LAS HAZAÑAS DE UN JOVEN DON JUAN. APOLLINAIRE



Cuadro: Gustave Coubert. Mujer en las olas


La escalera de madera que llevaba al granero era muy empinada. Un día había bajado yo delante de Berthe y me había escondido entre dos cañones de chimenea en los que reinaba una gran oscuridad, mientras que la escalera permanecía iluminada por una claraboya que había en el techo. Cuando ella apareció, bajando con todo cuidado, me levanté imitando con todas mis fuerzas el ladrido de un perro. Del tremendo espanto que le entró, Berthe, que ignoraba que yo estaba allí, perdió el pie y, errando el siguiente escalón, cayó de tal manera que su cabeza quedó al pie de la escalera mientras que sus piernas se encontraban aún sobre los peldaños.
Como es natural, su vestido se había vuelto al revés y le cubría el rostro, dejando ver sus piernas al descubierto.
Cuando me acerqué sonriente, vi que su camisa había seguido el mismo camino que su vestido hasta por encima del ombligo.
Berthe no llevaba puesta ropa interior porque- como me confesó más tarde- tenía sucia la suya y no había tenido tiempo de desempaquetar aún la ropa blanca. Y así fue como pude ver por primera vez a mi hermana en una desnudez impúdica.
Pero, a decir verdad, ya la había visto totalmente desnuda porque a menudo nos habían bañado juntos en los años precedentes. pero yo no había visto su cuerpo más que por detrás o a lo sumo de perfil, porque tanto mi madre como mi tía nos ponían de forma que nuestros traseros infantiles estuvieran situados el uno de cara al otro mientras ellas nos lavaban. las dos señoras ponían el mayor cuidado en que yo no lanzara ninguna mirada prohibida y, cuando nos ponían nuestras camisones, nos rogaban que colocáramos las manos delante de nuestras partes íntimas.
....
Mi hermana había caído, pues, al pie de la escalera, con las ropas al aire, y no volvió a levantarse, ni cuando me vio muy cerca de ella.
Estaba como fulminada por el miedo y por la caída. Yo creía que lo que ella quería era asustarme y la curiosidad podía más en mí que la piedad.
Mis ojos no podían apartarse de su desnudez. En el lugar donde su bajo vientre se unía con sus muslos, observaba yo una eminencia extraña, un monte carnoso en forma de triángulo sobre el que se veían algunos pelos rubios. Casi en el lugar donde los muslos se unen, el monte estaba dividido por una gruesa hendidura de alrededor de tres centímetros, y dos labios se abrían a derecha y a izquierda de la hendidura. Pude ver el lugar donde terminaba esta hendidura cuando mi hermana se esforzó por levantarse.
Es posible que no fuera consciente de su desnudez, pues de lo contrario lo primero que hubiera hecho habría sido bajarse las ropas. Pero, al intentar ponerse de pie otra vez, súbitamente abrió los muslos. Entonces vi cómo los dos labios, cuyo nacimiento había podido observar cuando tenía las piernas juntas, continuaban para juntarse cerca del culo.
Durante su rápido movimiento, había entreabierto su raja que, en aquella época, podía tener de siete a ocho centímetros de largo; así pude ver la roja carne de su interior, mientras que el resto de su cuerpo era de un color lechoso.
...
Entre el final de su concha, cuya forma era bastante parecida al surco de un melocotón, y su culo, había una distancia de algunos dedos. Se encontraba allí el ojete de Berthe, que apareció justo ante mí en el momento en que dándose la vuelta, me ofrecía su culo. Este orificio no era mayor que la punta de mi dedo meñique y era de un color más oscuro.
...
Tan viva había sido mi curiosidad, que no me había preocupado de que mi hermana, al caer, debía de haberse hecho mucho daño, pero por fin me di cuenta de ello y le presté ayuda inmediata. Toda esta escena, a decir verdad, no había durado ni un minuto.

sábado, 21 de febrero de 2009

POESÍA ERÓTICA. ELLOS DOS. MARÍA CHÉVEZ




Cuadro: El rapto de psiquis, de Pierre Paul Proud'hon
Ella
era una hembra.
Torpe y cruel
desgajándose en silencios
en palabras vanas.
Él
era un solitario
un hombre sin destino.
Juntos
por la estúpida costumbre
de prolongar encuentros fortuitos.
Tuvieron hijos porque toda mujer desea alguno.
Y vinieron tardes somnolientas
donde el tedio
era señorío.
Se arrastraban por el mundo
esperando,
algún licor violento
dios ajeno que trastocara el sopor,
oculto dardo del sinsentido.
Y vivieron juntos
furtivos al asombro
a los otros.
Ella
despertaba aburrida
entre bostezos
al sol sobre sus hombros.
Él bebía silencioso, su café.
Le sonreía sobrio
y la olvidaba.

Los encontré una noche
Él
muerto a martillazos
sobre la inmensa cama destruida
ella ciega,
irremediablemente
loca de horror.
Cerraron la puerta y todo siguió igual.
Ella

deformó su cuerpo y lo cubrió
del paisaje cotidiano
la vida familiar.
Él se fue yendo
nadie se dio cuenta.
Los hijos vivieron del recuerdo.
Fueron
propiedad exclusiva
de una mujer digna
intachable
una luchadora
madre de familia.

jueves, 19 de febrero de 2009

RELATOS ERÓTICOS. UNA TARDE DE DOMINGO. ROBERTO ARLT


Cuadro: Los amantes, de René Magritte.

Manteniendo una rodilla tomada entre sus manos finas y largas, en algunos instantes aparecía ebria de su aventura, y Karl insistió otra vez:-¿Así que se aburre usted?-Sí.-¿Y él que le dice?-¿Juan? ¿Qué quiere que diga? A veces piensa que no debíamos habernos casado. Otras en cambio, me dice que tengo todo el aspecto de una mujer que ha nacido para tener un amante ¿Le parece que tengo tipo para ser querida por alguien? Y yo también me digo ¿para qué nos habremos casado?
Eugenio recurrió al cigarrillo. Había observado que la inquietud se descarga inconscientemente en algún íntimo trabajo mecánico. Rechupó rítmicamente el cigarrillo hasta llenarse la boca de humo, luego lo lanzó lentamente al aire y con voz sumamente tranquila, ya dueño de sí mismo, le preguntó:
¿Y nunca Juan le preguntó si usted no deseaba tener un amante? Mejor dicho …¿Nunca le insinuó que tuviera un amante?
-No…
- ¿Y entonces, para qué me ha propuesto usted hoy que viniera? Desea serle infiel a su esposo. ¿Y para eso me ha elegido a mí?
-No, Eugenio, ¡Qué barbaridad!, Juan es muy bueno, trabaja todo el día.
- ¿Y porque trabaja todo el día y es bueno, usted me invita a tomar el té en su compañía?
- ¿Qué tiene de malo?
- Efectivamente, de malo no tiene nada. Lo único es que corre el riesgo de dar con un atrevido que trate de tumbarla en la cama.
-Leonilda se incorporó violenta: Gritaría, Eugenio, no le quede ninguna duda. Además, yo me aburro, y también trabajo todo el día. Pero me aburro entre estas cuatro paredes. Es horrible. ¿Usted sabe lo que pasa por la mente de una mujer metida todo el día entre las cuatro paredes de un apartamento?
Ella se rebelaba, había que tener cuidado.
-Y ¿él no se da cuenta de lo que pasa en su interior?
- Si.
- ¿Y…?
-Estoy cansada.
-¿Porqué no se distrae leyendo?
-Déjeme por favor de libros, ¡Son horribles! ¿Qué quiere que lea? ¿Puedo aprender algo en los libros?...
Ahora se había arrellanado en el butacón y parecía triste a la luz confusa que teñía su epidermis de un matiz de madera.
Destapó con ansiedad sus anhelos:
-Me gustaría vivir en otra parte, sabe, Eugenio…
-¿En qué parte?
-No sé, me gustaría irme lejos, sin saber adonde parar.
Y en cambio, ¿sabe lo que hace Juan cuando llega? Se pone a leer los diarios.
-En los diarios aparecen noticias muy interesantes.
-Ya sé, ya sé, …Es gracioso usted. Él lee los diarios y contesta a todo lo que le pregunto con un “sí” o un “no”. Eso es todo lo que hablamos. No tenemos nada que decirnos. A mí me gustaría irme lejos, viajar en tren, con mucha lluvia, comer en los restaurantes de las estaciones…No crea que estoy loca, Eugenio…
-No creo nada…
- Él, en cambio, no se muda de casa, sino cuando yo ya no resisto más. Parece el hombre de los rincones. Eso, Eugenio, el hombre de los rincones. Todos los hombres parece que al llegar a los treinta años, quieren arrinconarse, no moverse más de su sitio. Y a mí me gustaría irme lejos…Vivir como las artistas de cine. Usted cree que es verdad lo que dicen en los diarios de la vida de las artistas de cine.
-Si, un diez por ciento, es cierto.
- Ve. Eugenio, esa es la vida que me gustaría hacer, pero eso es imposible ahora.
-Así es, pero, ¿Para qué me invitó?
- Tenía ganas de conversar con usted (movió la cabeza como si rechazara un pensamiento inoportuno). No, yo no podría nunca serle infiel a Juan. No, Dios me libre. Se da cuenta…Si los amigos de él supieran…Qué vergüenza horrible para él. Y usted sería el primero en decirlo: “La señora de Juan lo engaña, y conmigo”….

miércoles, 18 de febrero de 2009

RELATOS ERÓTICOS. EL INTERNADO. ANÄIS NIN


Cuadro: estudio del desnudo de un hombre. Ingress
La historia ocurrió realmente en Brasil hace muchos años, lejos de las ciudades, donde prevalecían las costumbres dictadas por un estricto catolicismo. A los muchachos de buena familia se les enviaba a internados regidos por los jesuitas, quienes hacían perdurar los severos hábitos de la Edad Media. Los chicos dormían en camas de
madera, se levantaban al amanecer, iban a misa sin haber desayunado, se confesaban todos los días, y eran vigilados y espiados constantemente. La atmósfera era austera e inhibidora. Los sacerdotes comían aparte y creaban en torno a sí mismos un aura de santidad en torno. Se mostraban parcos en gestos y palabras. Entre ellos había un jesuita muy moreno, con algo de sangre india. Su rostro era el de un sátiro, con anchas orejas pegadas a la cabeza, ojos penetrantes, una boca de labios relajados que siempre babeaban, cabello espeso y olor animal. Bajo su larga sotana obscura, los muchachos habían advertido a menudo un bulto que los más jóvenes no podían explicar, y del que los mayores se reían a espaldas del interesado. Ese bulto aparecía inesperadamente, a cualquier hora, mientras leían en clase el Quijote o a Rabelais y, a veces, cuando miraba a los chicos, y en especial a uno, el único rubio de toda la escuela, cuyos ojos y cutis eran los de una muchacha. Le gustaba llevarse a ese alumno consigo y mostrarle libros de su colección privada. Contenían reproducciones de cerámica inca en la que, a menudo, se representaban hombres en pie apretados uno contra otro. El muchacho hacía preguntas que el anciano sacerdote solía contestar con evasivas. Otras veces, los grabados eran muy claros: un largo miembro surgía de un hombre y penetraba al otro por detrás. En la confesión, el sacerdote importunaba a los chicos con sus
preguntas. Cuanto más inocentes parecían ser, más de cerca les interrogaba en la obscuridad del reducido confesionario. Los penitentes, arrodillados, no podían ver al presbítero, sentado en el interior. Su voz, baja, les llegaba a través de una celosía: –¿Has tenido alguna vez fantasías sensuales? ¿Has pensado en mujeres? ¿Has tratado de imaginar a una mujer desnuda? ¿Cómo te comportas por la noche en la cama? ¿Te has tocado? ¿Te has acariciado tú mismo? ¿Qué haces por la mañana cuando despiertas?
¿Estás en erección? ¿Has tratado de mirar a otros chicos mientras se visten? ¿O en el baño? El chico que no sabía nada, pronto aprendía qué se esperaba de él, y esas preguntas le instruían. El que sabía, experimentaba placer confesando detalladamente sus emociones y sueños. Un muchacho soñaba todas las noches. Ignoraba qué aspecto tendría una mujer, cómo estaba hecha, pero había visto a los indios hacer el amor a las vicuñas, que se parecían a delicados ciervos. Soñaba que hacía el amor con una vicuña y despertaba todas las mañanas húmedo. El anciano sacerdote estimulaba estas confesiones. Las escuchaba con una paciencia infinita e imponía extrañas penitencias. A un chico que se masturbaba continuamente le ordenó que fuera con él a la capilla cuando no hubiera nadie en ella, y que metiera el pene en agua bendita, a fin de purificarse. Esta ceremonia se desarrolló con gran secreto en plena noche.
Había un chico muy salvaje, con aspecto de príncipe moro, de rostro moreno, aspecto noble, porte regio y un hermoso cuerpo, tan delicado que nunca se le marcaban los huesos, suave y pulido como una estatua. Se rebelaba contra la costumbre de usar camisón para dormir. Estaba acostumbrado a dormir desnudo, y el camisón le desagradaba, le sofocaba. Así pues, todas las noches se lo ponía, como los demás, luego se lo quitaba en secreto, bajo las cobijas, y se dormía sin él.
Todas las noches, el anciano jesuita hacía sus rondas, vigilando que nadie visitara la cama de otro, se masturbara o hablara en la obscuridad a su vecino. Cuando llegaba a la cama del indisciplinado levantaba la ropa con cautela y miraba su cuerpo desnudo. Si el chico
despertaba, le regañaba: "¡He venido a ver si estabas durmiendo otra vez sin camisa!" Si no despertaba, se contentaba con una mirada que recorría el joven cuerpo dormido.
Una vez, durante la clase de anatomía, hallándose el jesuita en la tarima del profesor y el muchacho con aspecto de chica sentado mirándole con fijeza, la prominencia bajo la sotana se manifestó claramente a todos.
–¿De cuántos huesos consta el cuerpo humano? –preguntó al chico rubio.
–De doscientos ocho –repuso mansamente el interrogado.
La voz de otro alumno llegó desde el fondo de la clase:
–¡Pero el padre Dobo tiene doscientos nueve!

martes, 17 de febrero de 2009

POESÍA ERÓTICA. PIENSO EN TU SEXO. CÉSAR VALLEJO

"Desnudo de mujer". Acuarela. Francesco Ballesio


PIENSO EN TU SEXO

Pienso en tu sexo.
Simplificado el corazón, pienso en tu sexo,
ante el hijar maduro del día.
palpo el botón de dicha, está en sazón.
Y muere un sentimiento antiguo
degenerado en seso.

Pienso en tu sexo, surco más prolífico
y armonioso que el vientre de la Sombra,
aunque la Muerte concibe y pare
de Dios mismo.
Oh Conciencia,
pienso, sí, en el bruto libre
que goza donde quiere, donde puede.

Oh, escándalo de miel de los crepúsculos.
Oh estruendo mundo.

¡Odumodneurtse!

CÉSAR VALLEJO


lunes, 16 de febrero de 2009

POESÍA ERÓTICA. EL AMOR:HAY QUE HACERLO. ALEJANDRA MENASSA.


Cuadro: Psyche. Guillaume Seignac

De la pulverización de una rosa,

del reverso de la piel de los ángeles,

de multiplicar mi aliento por tu saliva,

mi sudor por tu sexo, mis manos,

mis manos…por tu increíble gesto cuando tocas el cielo.

De eso, de eso quiero…
De la fotosíntesis del deseo,

de tu cuerpo haciendo saltar mis alarmas de incendio,

de tu mirada, que es dulce cuando dulcey sexo cuando sexo…
De eso, de eso quiero…
De dinamitar prejuicios, derribar barreras,

derrocar a todos los reyes de la pena,

de ese leopardo rojo que anda suelto en tus venas,

de las palabras que derriten cadenas,de eso, de eso quiero…
El amor, el amor… no se puede otra cosa que hacerlo.

POESÍA ERÓTICA. INSTINTO. 1, CESARE PAVESE


Cuadro: concierto campestre, Giorgine


El hombre viejo, desengañado de todo,
desde el umbral de su casa, bajo el tibio sol,
contempla cómo perro y perra dan rienda suelta a su instinto.
Corretean moscas por su boca desdentada.
Su mujer falleció hace ya tiempo. También ella,
como todas las perras, pretendía ignorarlo,
pero tenía instinto. El hombre viejo husmeaba
- poseía aún dientes- , llegaba la noche
se metían en la cama. Era hermoso el instinto.
Lo que gusta del perro es su gran libertad.
De la mañana a la noche andorrea por la calle;
y ora come, ora duerme, ora monta las perras:
ni siquiera espera la noche. Razona,
como husmea, y los olores que siente son suyos.
Recuerda el hombre viejo la ocasión en que, de día,
lo hizo como un perro en un campo de trigo.
Ya no sabe quién era la perra, mas recuerda el sol radiante
y el sudor y el deseo de no cesar nunca.
Era igual que en un lecho. Si volviese aquel tiempo,
querría hacerlo siempre en un campo de trigo.
Una mujer baja a la calle y se detiene a mirar;
pasa el cura y se gira. En la plaza pública
se puede hacer cualquier cosa. Incluso mujer,
que tiene recato de girarse por el hombre, se para.
Hay tan sólo un muchacho que no tolera ese juego
y le asesta pedradas. Se irrita el hombre viejo.

sábado, 14 de febrero de 2009

POEMAS ERÓTICOS. TRABAJAR CANSA. CESARE PAVESE


Cuadro: desayuno sobre la hierba, de Manet

Los dos tendidos sobre la hierba, vestidos,
se miran a la cara
entre los tallos delgados: la mujer le muerde los cabellos
y después muerde la hierba. Entre la hierba, sonríe turbada.
Coge el hombre su mano delgada y la muerde
y se apoya en su cuerpo. Ella le echa, haciéndole dar tumbos.
La mitad de aquel prado queda, así, enmarañada.
La muchacha, sentada, se acicala el peinado
y no mira al compañero, tendido, con los ojos abiertos.
Los dos, ante una mesita, se miran a la cara
por la tarde y los transeúntes no cesan de pasar.
De vez en cuando, les distrae un color más alegre.
De vez en cuando, él piensa en el inútil día
de descanso, dilapidado en acosar a esa mujer
que es feliz al estar a su vera y mirarle a los ojos.
Si con su pie le toca la pierna, bien sabe
que mutuamente se envían miradas de sorpresa
y una sonrisa, y que la mujer es feliz.
Otras mujeres que pasan
no le miran el rostro, pero esta noche por lo menos
se desnudarán por un hombre.
O es que acaso las mujeres
sólo aman a quien malgasta su tiempo por nada.
Se han perseguido todo el día y la mujer tiene aún las mejillas
enrojecidas por el sol. En su corazón le guarda gratitud.
Ella recuerda un besazo rabioso intercambiado en un bosque,
interrumpido por un rumor de pasos, y que todavía le quema.
Estrecha consigo el verde ramillete
-recogido de la rocade una cueva- de hermoso adianto y envuelve al compañero
con una mirada embelesada. Él mira fijamente la maraña
de tallos negruzcos entre el verde tembloroso
y vuelve a asaltarle el deseo de otra maraña
-presentida en el regazo del vestido claro-
y la mujer no lo advierte. Ni siquiera la violencia
le sirve, porque la muchacha, que le ama, contiene
cada asalto con un beso y le coge las manos.
Pero esta noche, una vez la haya dejado,
sabe dónde irá:volverá a casa, atolondrado y derrengado,
pero saboreará por lo menos en el cuerpo saciado
la dulzura del sueño sobre el lecho desierto.
Solamente -y ésta será su venganza-
se imaginará
que aquel cuerpo de mujer que hará suyo
será, lujurioso y sin pudor alguno, el de ella.

CESARE PAVESE

jueves, 12 de febrero de 2009

POESÍA ERÓTICA. LEDA. RUBÉN DARÍO


Cuadro: Leda, de Antonio Allegri


El cisne en la sombra parece de nieve;

su pico es de ámbar, del alba al trasluz;

el suave crepúsculo que pasa tan breve

las cándidas alas sonrosa de luz.
Y luego, en las ondas del lago azulado,

después que la aurora perdió su arrebol,

las alas tendidas y el cuello enarcado,

el cisne es de plata, bailado de sol.
Tal es, cuando esponja las plumas de seda,

olímpico pájaro herido de amor,

y viola en las linfas sonoras a Leda,

buscando su pico los labios en flor.
Suspira la bella desnuda y vencida,

y en tanto que al aire sus quejas se van

del fondo verdoso de fronda tupida

chispean turbados los ojos de Pan.

miércoles, 11 de febrero de 2009

POESÍA ERÓTICA. LA MUJER ESTABA DESNUDA. JOSÉ ÁNGEL VALENTE

"Desnudo de mujer". Mariano Fortuny
LA MUJER ESTABA DESNUDA

La mujer estaba desnuda.

Llegó un hombre,
descendió a su sexo.
Desde allí la llamaba
a voces cóncavas,
a empozados lamentos.

Pero ella
no podía bajar
y asomada a los bordes sollozaba.

Después, la voz, más tenue
cada día,
ya se iba perdiendo en remotos vellones.

La mujer sollozaba.

Tendió grandes pañuelos
en las lámparas rotas.

Vino la noche.

Y la mujer abrió de par en par
sus inexhaustas puertas.


JOSÉ ÁNGEL VALENTE

lunes, 9 de febrero de 2009

POESÍA ERÓTICA. SÍ, SÍ. DE CHARLES BUCOWSKY


Cuadro : Figua femenina de Tolousse Lautrec

cuando Dios creó el amor no ayudó mucho
cuando Dios creó a los perros no ayudó a los perros
cuando Dios creó las plantas no fue muy original
cuando Dios creó el odio tuvimos algo útil
cuando Dios me creó a mí, bueno, me creó
cuando Dios creo al mono estaba dormido
cuando creó a la jirafa estaba borracho
cuando creó las drogas estaba colocado
cuando creó el suicidio estaba deprimido

cuando te creó a ti durmiendo en la cama
sabía lo que hacía

estaba borracho y colocado
y creó las montañas y el mar y el fuego
al mismo tiempo
cometió algunos errores

pero cuando te creó a ti durmiendo en la cama

consiguió de veras algo para Su Bendito Universo.

domingo, 8 de febrero de 2009

RELATOS ERÓTICOS. UNA TARDE DE DOMINDO. 4. ROBERTO ARLT


Cuadro: Indolencia. Pierre Bonard
“Si me encontrara junto a una catarata, no habría más ruido en mis oídos”, pensaba Eugenio. Rechinó otra cerradura, se hizo más oscuridad ante sus ojos, luego entrevió el moblaje del escritorio, giró una llave y curvas de luz amarilla rebotaron en el cuello de los sofás. Distinguió carpetas verdes suspendidas de los muros y repentinamente fatigado, se dejó caer en el sillón le dolían las articulaciones, había corrido mentalmente con demasiada velocidad hacia el deseo, y ahora sus articulaciones estaban como enmohecidas de ansiedad. La sangre parecía precipitarse en un inmenso bloque coagula hasta una línea horizontal de su corazón, y cierta blandura deslizándose entre la coyuntura de sus rodillas, lo postraba allí, en ese sillón de cuero frío, mientras que la voz del marido ausente parecía susurrarle en el oído:
“Canalla, mi única mujer. ¿no sabías? ¡Mi única mujer en el mundo!”
Una sonrisa burlona se dibujó en el semblante de Eugenio “Todos los maridos tienen una única mujer, cuando esta se encuentra en trance de acostarse con otro.”
Se dio cuanta que ella aún estaba en la habitación, cuando dijo:
- Permiso, Eugenio, me voy a sacar el tapado.
Leonilda desapareció, Karl, haciendo un gran esfuerzo, se levantó del asiento y, manteniendo inmóvil el busto, comenzó a sacudir la cabeza con energía. Conocía este procedimiento por haberlo visto utilizar a los boxeadores cuando están al margen del Knock out. Aspiró profundamente aire, y ya dueño de sí mismo, se arrinconó en el sofá, experimentaba curiosidad hacia sí mismo. ¿Cómo se comportaría frente a la mujer?
Leonilda apareció ahora ajustada en un traje de calle, de merino oscuro . Ella también parecía dueña de sí misma y entonces Eugenio lanzó casi burlón, la preguntita:
- ¿Así que es aburre mucho usted, eh?
Ella sentada en un sillón lateral al sofá, cruzando las piernas aparentó pensar y, ya decidida, respondió:
- Si, mucho.
Se produjo un silencio tenebroso, en el cual ambos intercalaban examen, mirándose a los ojos, y una como película parlante deslizaba en los oídos de Karl estas palabras:
“Solos. diez minutos antes ibas por las calles de la ciudad, apestadas del tedio dominguero, sin saber en qué ocuparías tus horas y esperando un aventura centelleante. ¡Oh, la vida! y ahora no sabes de qué modo iniciar la comedia, tomarla de la cintura, besarle una mano, apretarle un seno inadvertidamente. Ninguna mujer se resiste a un hombre, cuando él le acaricia los senos”
Un ruido de catarata se desmoronaba junto a los oídos del hombre, y entonces otra vez, forzando las palabras que estaban allí atrancadas en el fondo de su garganta seca y de su lenguaje torpe, murmuró con la sonrisa falsa de quien no encuentra tema de conversación:
- ¿Y no hace nada para no aburrirse?
-Voy al cine.
- Ah. ¿Qué actriz le gusta?
Se soslayaron otra vez con miradas densas. Leonilda, oblicuamente apoyada en el pasamano del sillón, sonreía incoherentemente, entrecerrados los párpados, de cierto modo que las pupilas chispeaban una luz maligna, intolerable, tal si individualizara cada pensamiento de Karl, y se burlara de él por no se atrevido
.

viernes, 6 de febrero de 2009

RELATOS ERÓTICOS. LAS MUJERES VAMPIRO. OLIVERIO GIRONDO


Cuadro: Bailarinas Exóticas, de Gaston Bussiere
Las mujeres vampiro son menos peligrosas que las mujeres con un sexo prehensil.
Desde hace siglos, se conocen diversos medios para protegernos contra las primeras.
Se sabe, por ejemplo, que una fricción de trementina después del baño, logra en la mayoría de los casos, inmunizarnos; pues lo único que les gusta a las mujeres vampiro es el sabor marítimo de nuestra sangre, esa reminiscencia que perdura en nosotros, de la época en que fuimos tiburón o cangrejo.
La imposibilidad en que se encuentran de hundirnos su lanceta en silencio, disminuye, por otra parte, los riesgos de un ataque imprevisto. Basta con que al oírlas nos hagamos los muertos para que después de olfatearnos y comprobar nuestra inmovilidad, revoloteen un instante y nos dejen tranquilos.
Contra las mujeres de sexo prehensil, en cambio, casi todas las formas defensivas resultan ineficaces. Sin duda, los calzoncillos erizables y algunos otros preventivos, pueden ofrecer sus ventajas; pero la violencia de honda con que nos arrojan su sexo, rara vez nos da tiempo de utilizarlos, ya que antes de advertir su presencia, nos desbarrancan en una montaña rusa de espasmos interminables, y no tenemos más remedio que resignarnos a una inmovilidad de meses, si pretendemos recuperar los kilos que hemos perdido en un instante.
Entre las creaciones que inventa el sexualismo, las mencionadas, sin embargo, son las menos temibles. Mucho más peligrosas, sin discusión alguna, resultan las mujeres eléctricas, y esto, por un simple motivo: las mujeres eléctricas operan a distancia.
Insensiblemente, a través del tiempo y del espacio, nos van cargando como un acumulador, hasta que de pronto entramos en un contacto tan íntimo con ellas, que nos hospedan sus mismas ondulaciones y sus mismos parásitos.
Es inútil que nos aislemos como un anacoreta o como un piano. Los pantalones de amianto y los pararrayos testiculares son iguales a cero. Nuestra carne adquiere, poco a poco, propiedades de imán. Las tachuelas, los alfileres, los culos de botella que perforan nuestra epidermis, nos emparentan con esos fetiches africanos acribillados de hierros enmohecidos. Progresivamente, las descargas que ponen a prueba nuestros nervios de alta tensión, nos galvanizan desde el occipucio hasta las uñas de los pies. En todo instante se nos escapan de los poros centenares de chispas que nos obligan a vivir en pelotas. Hasta que el día menos pensado, la mujer que nos electriza intensifica tanto sus descargas sexuales, que termina por electrocutarnos en un espasmo, lleno de interrupciones y de cortocircuitos.

jueves, 5 de febrero de 2009

POESÍA ERÓTICA. ESTRECHOS SON LOS BAJELES (IV) SAINT-JOHN PERSE

"Desnudo de mujer". Joaquín Sorolla


IV "...Quejas de mujer sobre la arena, jadear de mujer en la noche
no son sino arrullo de tempestad en fuga sobre las aguas.
Torcaz de huracán y acantilado, y corazón que rompe sobre las
arenas,
¡cuánto mar hay aún en la dicha llorosa de la Amante!...
Tú, el Opresor y que nos pisoteas, como nidadas
de codornices y corrientes de alas migratorias,
¿nos dirás quién nos congrega?

Mar a mi voz mezclado y mar en mi siempre mezclado, amor,
amor que grita sobre los rompientes y los corales,
¿dejarás medida y gracia en el cuerpo de mujer demasiado
amante?...
Queja de mujer y estrujada, queja de mujer y no herida...
¡dilata, oh Patrón, mi suplicio; prolonga, oh Patrón, mi delicia:
¿Qué tierna bestia arponada fue, más amante, castigada?


Mujer soy y mortal, en toda carne donde no está el Amante.
Para nosotras el duro tiro en marcha sobre las aguas.
¡Que nos pisotee con el casco, y nos hiera con el espolón,
y con el timón tachonado de bronce nos golpee!. ..
Y la Amante tiene al Amante como un pueblo de gañanes,
y el Amante tiene a la Amante como una reyerta de astros.
Y mi cuerpo se abre sin decencia al Garañón del rito
como la mar misma en la embestida del rayo.(...)


SAINT JOHN-PERSE

RELATOS ERÓTICOS. LAS SIETE MANCEBAS. JUAN JACOBO BAJARLIA


Cuadro: Fujita. Cinco desnudos


En el siglo XVII circula ya profusamente el Cancionero de las 7 mancebas. Su autor es Araäljib, un sefardita del que se sabe muy poco, autor, entre otros libros de Hypnerotomachia populi, en el que relata la vida de Jonás en las entrañas de la ballena. Este cancionero de las siete mancebas sufrió algunos retoques, o dicho de otra manera, fue expurgado impunemente para dulcificar sus efectos.
Araäljib nos relata en él, en fluidos octosilábicos romancicados, la vida de siete mancebas de Toledo que pierden sucesivamente el himen sin que lo puedan evitar. Una de ellas es tomada enigmáticamente durante la noche mientras está durmiendo. La segunda lo pierde cabalgando en un cerdo. La tercera confunde una mazorca de maíz con un hisopo para el cuerpo. La cuarta se arroja en una cama blanca que toma por “la mar, en cuya mar, un monstruo/despacio, arteramente, le va entrando por los pliegues”. La quinta “queda desflorada después de una indigestión con pepinos de 37 centímetros. de largo” Porque como dice Araäljib, “es tanto lo que traga por todos los conductos, que no sabe lo que traga”
La sexta y séptima mancebas, se confunden entre sí una noche de luna llena en que “el Céfiro para airearlas/les entra por la culata en dirección a la cueva”.
Veamos en su totalidad el romance dedicado a la dormida, la primera manceba de este cancionero:
Relación:

Señor Doctor, yo me llamo

de Toledo la Dolores

y le vengo a relatar,

que el Demonio la otra noche

se me puso entre las carnes

escarbándome los broches.


Llovía furiosamente
en esa maldita noche

y yo llorando y llorando,

lo sentí con sus olores.
-Sigue dormida, -me dijo-

y me llené de temblores.

-sigue dormida- aclaró

y me calzó en un requiebro.


Grité llena de espanto,

y el maldito entre mis carnes

iba y venía con furia

luchando para ensancharme.
Mis columnas tambalearon

y aceleraron el lance.

La cueva con el cerrojo,

se quebró sobre mi carne.


Oída la relación

dijo el doctor fastidiado:

-Si dormida eso sentiste

en noche negra y sin hados,

durante el día en tu cueva,

te recomiendo mi palo.

miércoles, 4 de febrero de 2009

RELATOS ERÓTICOS. ROBERTO ARLT. UNA TARDE DE DOMINGO 3.



Cuadro: Franz Von Stuck. El beso de la esfinge.
Y era cierto. Karl jamás como en aquel instante se sintió tan triste. Pensaba que iba a traicionar a un amigo. Qué remordimiento para después, cuando apartara su vientre sucio del vientre de esa mujer. Sin embargo, la sonrisa de Leonilda era tan insinuante. Y volvió a repetirse:
“Traicionar a un amigo por una mujer. Y él tendría entonces derecho a decirme: ¿No sabías que el mundo está repleto de mujeres? Y vos fuiste hacia mi mujer, mi única mujer. Vos. Y el mundo está lleno de mujeres”. Aquí está la sorpresa que presentía para hoy. .
El corazón de Eugenio palpitaba como después de una carrera de 200 metros. Y no podía resistirse. Leonilda lo vencía con la estática actitud de la cabeza inclinada sobre el hombro izquierdo, y la desgarrada sonrisa que dejaba entrever la hilera de sus dientes blancos y encías sonrosadas.
Una laxitud terrible se apoderaba de sus miembros. Caía perpendicular entre ellos y aplomado, oblicuo en la acera chapada de luz amarilla, percibía la movilidad del espacio, como si se encontrara en la cimera de una nube y los mundos y las ciudades estuvieran a sus pies.
Y simultáneamente, ansiaba desmoronarse en el desconocido Universo de sensualidad que le ofrecía “la mujer casada” , pero a pesar de su deseo no podía vencer la inercia que lo mantenía oblicuo en la acera ondulante, bajo sus ojos.
Ella, muy bajo, volvió a la carga:
-Toma el té y después se va…
-Él, resueltamente dijo:
-Vamos, la voy a acompañar. Tomaremos juntos el té. Pero en tanto pensaba: “Cuando estemos solos, le tomaré una mano; depués la besaré y de allí a tocarle un seno, todo y nada es lo mismo; ella posiblemente me dirá: no, déjeme, pero la llevaré a la cama, a su cama matrimonial que es tan ancha, y donde hace tantos años que se acuesta con Juan”.
Ella comenzó a caminar a su lado con tranquila confianza, Karl se sentía como un hombre de madera que se bambolea sobre pies de aserrín.
Por decir algo, Leonilda preguntó:
-¿Sigue separado de su esposa?.
- Si.
-¿Y no la extraña?
- No.
- ¡Ah! Cómo son ustedes los hombres…, como son…
Durante dos segundos, Eugenio tuvo inmensos deseos de echarse a reír ruidosamente y repitió para sí mismo: “Cómo somos nosotros los hombres…¿Y usted, que me lleva a tomar te en ausencia de su marido?”, pero al volver al pensamiento de estar solo con Leonilda en su cuarto no pudo soslayar la imagen de Juan. Lo veía terminada la hora de trabajo ir corriendo hacia un prostíbulo clandestino, escogiendo las rameras de trasero extraordinario, y entonces observó con cierta curiosidad a Leonilda, preguntándose si él la habría adaptado a ella a sus preferencias sensuales, y de pronto se encontró frente ala puerta de madera; Leonilda extrajo un llavero y sonriendo laciamente, abrió. Subieron una escalera, y ahora apenas si se atrevían a mirarse a los ojos….
Continuará

martes, 3 de febrero de 2009

POESÍA ERÓTICA. PEQUEÑO VALS VIENÉS. FEDERICO GARCÍA LORCA

"Mujer entre sábanas". Fragonard

PEQUEÑO VALS VIENÉS

En Viena hay diez muchachas,
un hombro donde solloza la muerte
y un bosque de palomas disecadas.
Hay un fragmento de la mañana
en el museo de la escarcha.
Hay un salón con mil ventanas.
¡Ay, ay, ay, ay!

Toma este vals con la boca cerrada.

Este vals, este vals, este vals,
este vals,
de sí, de muerte y de coñac
que moja su cola en el mar.

Te quiero, te quiero, te quiero,
con la butaca y el libro muerto,
por el melancólico pasillo,
en el oscuro desván del lirio,
en nuestra cama de la luna
y en la danza que sueña la tortuga.

¡Ay, ay, ay, ay!
Toma este vals de quebrada cintura.
En Viena hay cuatro espejos

donde juegan tu boca y los ecos.
Hay una muerte para piano
que pinta de azul a los muchachos.
Hay mendigos por los tejados
,hay frescas guirnaldas de llanto.
¡Ay, ay, ay, ay!

Toma este vals que se muere en mis brazos.
Porque te quiero, te quiero, amor mío,

en el desván donde juegan los niños,
soñando viejas luces de Hungría
por los rumores de la tarde tibia,
viendo ovejas y lirios de nieve
por el silencio oscuro de tu frente.

¡Ay, ay, ay, ay!
Toma este vals,
este vals del "Te quiero siempre".

En Viena bailaré contigo
con un disfraz que tenga
cabeza de río.
¡Mira qué orillas tengo de jacintos!
Dejaré mi boca entre tus piernas,
mi alma en fotografías y azucenas,
y en las ondas oscuras de tu andar
quiero, amor mío, amor mío, dejar,
violín y sepulcro, las cintas del vals.



FEDERICO GARCÍA LORCA


lunes, 2 de febrero de 2009

RELATOS ERÓTICOS. MALLORCA. ANAÏS NIN



Cuadro: Edward Poynter. La cueva de las ninfas de la tormenta

Veraneaba yo en Mallorca, en Deyá, cerca de la cartuja donde se hospedaron George Sand y Chopin. A primera hora de la mañana, a lomo de asno, recorríamos el duro y difícil camino hasta el mar, montaña abajo. Nos llevaba alrededor de una hora de lento esfuerzo por senderos de tierra roja, pisando rocas y traicioneros guijarros, por entre olivos plateados, hacia las aldeas de pescadores, simples barracas apoyadas en la ladera de la montaña.
Todos los días bajaba a la cala, donde el mar penetraba en una pequeña bahía redonda, de tal transparencia, que podía sumergirme hasta el fondo y ver bancos de coral e insólitas plantas acuáticas.
Los pescadores me contaron una extraña historia. Las mujeres mallorquinas eran muy inaccesibles, puritanas y religiosas. Cuando se bañaban, llevaban anticuados trajes de largas faldas y medias negras. La mayor parte de ellas no creía en absoluto en las virtudes del baño y lo dejaban para las desvergonzadas veraneantes extranjeras. También los pescadores condenaban los modernos bañadores y la conducta obscena de las europeas. Decían de ellas que eran nudistas, que esperaban la menor oportunidad para desvestirse por completo y echarse al sol desnudas como paganas. También miraban con desaprobación los baños de medianoche introducidos por los americanos.
Una noche, hace varios años, la hija de un pescador, de dieciocho años, caminaba a la orilla del mar, brincando de roca en roca, con su vestido blanco ceñido al cuerpo. Paseando así, soñando y contemplando los efectos de la luna sobre el mar, con el suave chapaleo de las olas a sus pies, llegó a una recoleta cala donde se dio cuenta de que alguien estaba bañándose. Sólo podía ver una cabeza que se movía y, de vez en cuando, un brazo. El bañista se encontraba muy alejado. La joven oyó entonces una voz alegre que la llamaba:
–Ven y báñate. Es maravilloso. –Estas palabras fueron pronunciadas en español, con acento extranjero. La voz la llamó–: ¡Eh, María! –Era alguien que la conocía. Debía de tratarse de una de las jóvenes americanas que se bañaban allí durante el día.
–¿Quién eres? –preguntó María.
–Soy Evelyn. ¡Ven y báñate conmigo!
Era una tentación. Podía despojarse fácilmente de su vestido blanco, y quedarse en camisa. Miró a su alrededor. No había nadie. El mar estaba en calma, manchado de luz de luna. Por primera vez, María compartió la afición de las extranjeras por el baño de medianoche. Se quitó el vestido. Tenía el cabello largo y negro, cara pálida y ojos rasgados y verdes, más verdes que el mar. Estaba bien formada, de pechos erguidos, largas piernas y cuerpo estilizado. Sabía nadar mejor que cualquier otra mujer de la isla. Se deslizó en el agua e inició sus largas y ágiles brazadas en dirección a Evelyn. Evelyn buceó, salió a flote y la agarró por las piernas. Estuvieron jugando dentro del agua. La semi obscuridad y el gorro de baño de Evelyn hacían difícil ver su cara. Las mujeres americanas tenían voces como de hombre.
Evelyn forcejeó con María y la abrazó bajo el agua. Ascendieron para respirar riendo, y nadaron indolentemente, separándose y volviéndose a reunir. La camisa de María flotaba en torno a sus hombros y estorbaba sus movimientos, hasta que se desprendió y María quedó desnuda.
Evelyn se sumergió y la tocó jugando, forcejeando con ella y buceando por debajo y por entre sus piernas. También Evelyn separó sus piernas para que su amiga pudiera bucear entre ellas y reaparecer por el otro lado. Flotando, dejó que María pasara bajo su arqueado trasero.
María advirtió que también Evelyn estaba desnuda.
De pronto, sintió que ésta la abrazaba por detrás, cubriendo todo su cuerpo con el suyo propio. El agua estaba tibia, como un lujuriante almohadón, tan salada que las llevaba, ayudándolas a flotar y a nadar sin esfuerzo. –Eres hermosa, María –dijo la profunda voz, y Evelyn mantuvo sus brazos en torno a la muchacha.
María quiso alejarse flotando, pero la retenían la calidez del agua y el roce constante con el cuerpo de su amiga. Se relajó, aceptando el abrazo. No sintió los pechos de Evelyn, pero recordó que había visto mujeres americanas que no los tenían. El cuerpo de María languidecía y quiso cerrar los ojos.
De pronto, lo que sintió entre las piernas no era una mano, sino otra cosa, algo tan inesperado y turbador que gritó. No era Evelyn, era un hombre, el hermano menor de Evelyn, que acababa de deslizar su pene erecto entre las piernas de María. Esta chillaba, pero nadie la oyó, y su grito fue sólo una reacción que le habían enseñado a esperar de sí misma. En realidad, el abrazo le pareció tan arrullador, cálido y placentero como la misma agua. El mar, el miembro y las manos conspiraron para despertar su cuerpo. Trató de alejarse nadando, pero el muchacho nadó bajo ella, la acarició, le agarró las piernas y la atrapó de nuevo por detrás.
Forcejearon en el agua pero cada movimiento la afectaba más, hacía que notara más el otro cuerpo contra el suyo y las manos sobre ella. El agua hacía que sus senos se balancearan adelante y atrás, como nenúfares flotando. El se los besó. Con el constante movimiento, no podía tomarla, pero su miembro tocaba una y otra vez el punto más vulnerable de su sexo, y María sentía cómo se desvanecían sus fuerzas. Nadó hacia la orilla, y él la siguió. Cayeron sobre la arena. Las olas seguían lamiéndoles mientras jadeaban, desnudos. Entonces, el hombre tomó a la mujer, y el mar llegó hasta ellos y lavó la sangre virginal.
A partir de aquella noche se encontraron a la misma hora.
La poseyó en el agua, bamboleándose y flotando. Los movimientos de sus cuerpos gozosos al compás del oleaje parecían formar parte del mar. Encontraron un repecho en una roca, y allí permanecieron juntos, acariciados por las olas y estremeciéndose en el orgasmo.
Cuando iba a la playa de noche me parecía verlos, nadando juntos, haciendo el amor.

POESÍA ERÓTICA. LASITUD. PAUL VERLAINE

La douleur. Pablo Picasso

LASITUD

A batallas de amor campo de pluma
(Góngora)

¡Con suavidad, más suavidad, más suavidad!
Calma un poco tu fiebre pasional, mi hechicera.
En el orgasmo incluso, ves tú, la amante
ha de tener el abandono apaciblepara amar con un suave cariño fraternal.

Ten languidez, haz la caricia adormilante,
bien igual tus suspiros y tu mirar ronrón.
¡Vaya que el abrazo celoso y el espasmo obsesivo
no valen por un largo beso, aunque este mienta!

Mas en tu caro pecho de oro, me dices, niña mía:
¡la fiera pasión hace sonar el olifante!...
¡Deja que clarinee la fiera voluptuosa!

Pon tu frente en mi frente y tu mano en mi mano,
y hazme juramentos que romperás mañana,
y hasta el día lloremos, ¡oh pequeña fogosa!

Paul Verlaine

domingo, 1 de febrero de 2009

RELATOS ERÓTICOS. UNA TARDE DE DOMINGO. SEGUNDA PARTE. ROBERTO ARLT


Cuadro: Franz Von Stuck. El baño de Susana.

…Pero no pudo menos de relampaguear un escrúpulo en su mente:“Sola, a tomar té con ella. No sabe que una mujer sola no debe recibir a los amigos de su esposo. Y entonces tartamudeó.-No, muchas gracias, si estuviera Juan…Era la suya la voz de una criatura a la que le ofrecen una moneda y dice: “no gracias” , porque le han acostumbrado a no recibir regalos, y tan es así, que inmediatamente se dijo: “¿Porqué soy tan estúpido? Debí aceptar, ojalá me invitara otra vez” Y habló en voz alta:-Fíjese Leonilda, que no la reconocí- pero su pensamiento estaba clavado en otra parte y la mujer parecía comprender la diversidad de sensaciones que conmocionaban al hombre, y Kart se decía:“¿Porqué fui tan estúpido de no aceptar su invitación? Pero Eugenio, a fin de disolver un comienzo de obsesión, insistió:-No la reconocía, y cuando ví que usted sonrió, me pregunté: ¿Quién será esta mujer?En tanto hablaba, un deseo bailaba en él“¿Será capaz de invitarme otra vez a tomar té?Leonilda lo miraba insinuante a los ojos. Su sonrisa era un esguince lacio, taladrando perspicazmente la hipocresía del hombre que trataba inútilmente de desempañar la comedia del ciudadano virtuoso. Su mismo silencio le parecía a Eugenio el fragor de una tempestad, entre la cual se diferenciaba asombrosamente la insinuación de Leonilda:“Atrévase. Estoy sola. Nadie lo sabrá”.No tenían ya nada que comunicarse. Más permanecían en la vereda atornillados por el llamado de su sexo y la contradicción de sus sentimientos subterráneos. Eugenio balbuceó pesadamente, con los labios rígidos de tensión nerviosa:-¿Así que su esposo no está: Salió…salió y la dejó solita?...Ella se echó a reír; luego, abandonando la cabeza ligeramente sobre su hombro izquierdo, se puso a reír, retorció el cordón de su bolso, y, mirándolo desafiante respondió: -Me dejó completamente sola, solita. Y yo me aburría tanto que fui a dar una vuelta ¿Porqué no viene a tomar té conmigo?Las pulsaciones de Karl ascendieron de 80 a 110. Hubo un tembleque de irresolución en el fondo de sus pupilas. “Perder quizá un amigo”.Solos los dos. ¿Hasta donde será capaz de llegar?Leonilda lo escrutó semiburlona, discernía sus escrúpulos ,y allí de pie en la acera, con la cabeza ligeramente caída sobre el hombro y la sonrisa insinuante como la de una cocotte, lo espiaba a través de sus párpados entornados, al tiempo que pronunciaba con vocecita burlona:-Fíjese que le digo a Juan que ocmo siga dejándome sola voy a tener que buscarme un novio. ¡ Ja, ja! ¡Qué gracia!. Un novio a mi edad. ¿Puede quererme alguien a mí? ¿Pero porqué no viene? Toma un té y se va. ¿Qué tiene que está tan triste?...


Continuará

POESÍA ERÓTICA. SONETOS CORPORALES. RAFAEL ALBERTI


Cuadro: Los unicornios. De Gustav Moreau
Cúbreme amor, el cielo de la boca
con esa arrebatada espuma extrema,
que es jazmin del que sabe y del que quema,
brotado en punta de coral de roca.

Alócamelo, amor, su sal, aloca
tu lancinante aguda flor suprema
doblando su furor en la diadema
del mordiente clavel que se desboca.

¡Oh ceñido fluír amor, oh bello!
borbotar temperado de la nieve
por tan estrecha gruta en carne viva,

para mirar como tu fino cuello
se te resbala, amor, y se te llueve
de jazmines y estrellas de saliva!