Cuadro: Franz Von Stuck. El beso de la esfinge.
Y era cierto. Karl jamás como en aquel instante se sintió tan triste. Pensaba que iba a traicionar a un amigo. Qué remordimiento para después, cuando apartara su vientre sucio del vientre de esa mujer. Sin embargo, la sonrisa de Leonilda era tan insinuante. Y volvió a repetirse:
“Traicionar a un amigo por una mujer. Y él tendría entonces derecho a decirme: ¿No sabías que el mundo está repleto de mujeres? Y vos fuiste hacia mi mujer, mi única mujer. Vos. Y el mundo está lleno de mujeres”. Aquí está la sorpresa que presentía para hoy. .
El corazón de Eugenio palpitaba como después de una carrera de 200 metros. Y no podía resistirse. Leonilda lo vencía con la estática actitud de la cabeza inclinada sobre el hombro izquierdo, y la desgarrada sonrisa que dejaba entrever la hilera de sus dientes blancos y encías sonrosadas.
Una laxitud terrible se apoderaba de sus miembros. Caía perpendicular entre ellos y aplomado, oblicuo en la acera chapada de luz amarilla, percibía la movilidad del espacio, como si se encontrara en la cimera de una nube y los mundos y las ciudades estuvieran a sus pies.
Y simultáneamente, ansiaba desmoronarse en el desconocido Universo de sensualidad que le ofrecía “la mujer casada” , pero a pesar de su deseo no podía vencer la inercia que lo mantenía oblicuo en la acera ondulante, bajo sus ojos.
Ella, muy bajo, volvió a la carga:
-Toma el té y después se va…
-Él, resueltamente dijo:
-Vamos, la voy a acompañar. Tomaremos juntos el té. Pero en tanto pensaba: “Cuando estemos solos, le tomaré una mano; depués la besaré y de allí a tocarle un seno, todo y nada es lo mismo; ella posiblemente me dirá: no, déjeme, pero la llevaré a la cama, a su cama matrimonial que es tan ancha, y donde hace tantos años que se acuesta con Juan”.
Ella comenzó a caminar a su lado con tranquila confianza, Karl se sentía como un hombre de madera que se bambolea sobre pies de aserrín.
Por decir algo, Leonilda preguntó:
-¿Sigue separado de su esposa?.
- Si.
-¿Y no la extraña?
- No.
- ¡Ah! Cómo son ustedes los hombres…, como son…
Durante dos segundos, Eugenio tuvo inmensos deseos de echarse a reír ruidosamente y repitió para sí mismo: “Cómo somos nosotros los hombres…¿Y usted, que me lleva a tomar te en ausencia de su marido?”, pero al volver al pensamiento de estar solo con Leonilda en su cuarto no pudo soslayar la imagen de Juan. Lo veía terminada la hora de trabajo ir corriendo hacia un prostíbulo clandestino, escogiendo las rameras de trasero extraordinario, y entonces observó con cierta curiosidad a Leonilda, preguntándose si él la habría adaptado a ella a sus preferencias sensuales, y de pronto se encontró frente ala puerta de madera; Leonilda extrajo un llavero y sonriendo laciamente, abrió. Subieron una escalera, y ahora apenas si se atrevían a mirarse a los ojos….
Continuará
“Traicionar a un amigo por una mujer. Y él tendría entonces derecho a decirme: ¿No sabías que el mundo está repleto de mujeres? Y vos fuiste hacia mi mujer, mi única mujer. Vos. Y el mundo está lleno de mujeres”. Aquí está la sorpresa que presentía para hoy. .
El corazón de Eugenio palpitaba como después de una carrera de 200 metros. Y no podía resistirse. Leonilda lo vencía con la estática actitud de la cabeza inclinada sobre el hombro izquierdo, y la desgarrada sonrisa que dejaba entrever la hilera de sus dientes blancos y encías sonrosadas.
Una laxitud terrible se apoderaba de sus miembros. Caía perpendicular entre ellos y aplomado, oblicuo en la acera chapada de luz amarilla, percibía la movilidad del espacio, como si se encontrara en la cimera de una nube y los mundos y las ciudades estuvieran a sus pies.
Y simultáneamente, ansiaba desmoronarse en el desconocido Universo de sensualidad que le ofrecía “la mujer casada” , pero a pesar de su deseo no podía vencer la inercia que lo mantenía oblicuo en la acera ondulante, bajo sus ojos.
Ella, muy bajo, volvió a la carga:
-Toma el té y después se va…
-Él, resueltamente dijo:
-Vamos, la voy a acompañar. Tomaremos juntos el té. Pero en tanto pensaba: “Cuando estemos solos, le tomaré una mano; depués la besaré y de allí a tocarle un seno, todo y nada es lo mismo; ella posiblemente me dirá: no, déjeme, pero la llevaré a la cama, a su cama matrimonial que es tan ancha, y donde hace tantos años que se acuesta con Juan”.
Ella comenzó a caminar a su lado con tranquila confianza, Karl se sentía como un hombre de madera que se bambolea sobre pies de aserrín.
Por decir algo, Leonilda preguntó:
-¿Sigue separado de su esposa?.
- Si.
-¿Y no la extraña?
- No.
- ¡Ah! Cómo son ustedes los hombres…, como son…
Durante dos segundos, Eugenio tuvo inmensos deseos de echarse a reír ruidosamente y repitió para sí mismo: “Cómo somos nosotros los hombres…¿Y usted, que me lleva a tomar te en ausencia de su marido?”, pero al volver al pensamiento de estar solo con Leonilda en su cuarto no pudo soslayar la imagen de Juan. Lo veía terminada la hora de trabajo ir corriendo hacia un prostíbulo clandestino, escogiendo las rameras de trasero extraordinario, y entonces observó con cierta curiosidad a Leonilda, preguntándose si él la habría adaptado a ella a sus preferencias sensuales, y de pronto se encontró frente ala puerta de madera; Leonilda extrajo un llavero y sonriendo laciamente, abrió. Subieron una escalera, y ahora apenas si se atrevían a mirarse a los ojos….
Continuará
Qu´´e tensión, qué intriga
ResponderEliminar¡Qué buen relato! Que continúe por favor
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