lunes, 23 de febrero de 2009

RELATOS ERÓTICOS. LAS HAZAÑAS DE UN JOVEN DON JUAN. APOLLINAIRE



Cuadro: Gustave Coubert. Mujer en las olas


La escalera de madera que llevaba al granero era muy empinada. Un día había bajado yo delante de Berthe y me había escondido entre dos cañones de chimenea en los que reinaba una gran oscuridad, mientras que la escalera permanecía iluminada por una claraboya que había en el techo. Cuando ella apareció, bajando con todo cuidado, me levanté imitando con todas mis fuerzas el ladrido de un perro. Del tremendo espanto que le entró, Berthe, que ignoraba que yo estaba allí, perdió el pie y, errando el siguiente escalón, cayó de tal manera que su cabeza quedó al pie de la escalera mientras que sus piernas se encontraban aún sobre los peldaños.
Como es natural, su vestido se había vuelto al revés y le cubría el rostro, dejando ver sus piernas al descubierto.
Cuando me acerqué sonriente, vi que su camisa había seguido el mismo camino que su vestido hasta por encima del ombligo.
Berthe no llevaba puesta ropa interior porque- como me confesó más tarde- tenía sucia la suya y no había tenido tiempo de desempaquetar aún la ropa blanca. Y así fue como pude ver por primera vez a mi hermana en una desnudez impúdica.
Pero, a decir verdad, ya la había visto totalmente desnuda porque a menudo nos habían bañado juntos en los años precedentes. pero yo no había visto su cuerpo más que por detrás o a lo sumo de perfil, porque tanto mi madre como mi tía nos ponían de forma que nuestros traseros infantiles estuvieran situados el uno de cara al otro mientras ellas nos lavaban. las dos señoras ponían el mayor cuidado en que yo no lanzara ninguna mirada prohibida y, cuando nos ponían nuestras camisones, nos rogaban que colocáramos las manos delante de nuestras partes íntimas.
....
Mi hermana había caído, pues, al pie de la escalera, con las ropas al aire, y no volvió a levantarse, ni cuando me vio muy cerca de ella.
Estaba como fulminada por el miedo y por la caída. Yo creía que lo que ella quería era asustarme y la curiosidad podía más en mí que la piedad.
Mis ojos no podían apartarse de su desnudez. En el lugar donde su bajo vientre se unía con sus muslos, observaba yo una eminencia extraña, un monte carnoso en forma de triángulo sobre el que se veían algunos pelos rubios. Casi en el lugar donde los muslos se unen, el monte estaba dividido por una gruesa hendidura de alrededor de tres centímetros, y dos labios se abrían a derecha y a izquierda de la hendidura. Pude ver el lugar donde terminaba esta hendidura cuando mi hermana se esforzó por levantarse.
Es posible que no fuera consciente de su desnudez, pues de lo contrario lo primero que hubiera hecho habría sido bajarse las ropas. Pero, al intentar ponerse de pie otra vez, súbitamente abrió los muslos. Entonces vi cómo los dos labios, cuyo nacimiento había podido observar cuando tenía las piernas juntas, continuaban para juntarse cerca del culo.
Durante su rápido movimiento, había entreabierto su raja que, en aquella época, podía tener de siete a ocho centímetros de largo; así pude ver la roja carne de su interior, mientras que el resto de su cuerpo era de un color lechoso.
...
Entre el final de su concha, cuya forma era bastante parecida al surco de un melocotón, y su culo, había una distancia de algunos dedos. Se encontraba allí el ojete de Berthe, que apareció justo ante mí en el momento en que dándose la vuelta, me ofrecía su culo. Este orificio no era mayor que la punta de mi dedo meñique y era de un color más oscuro.
...
Tan viva había sido mi curiosidad, que no me había preocupado de que mi hermana, al caer, debía de haberse hecho mucho daño, pero por fin me di cuenta de ello y le presté ayuda inmediata. Toda esta escena, a decir verdad, no había durado ni un minuto.

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