Cuadro: Los amantes, de René Magritte.
Manteniendo una rodilla tomada entre sus manos finas y largas, en algunos instantes aparecía ebria de su aventura, y Karl insistió otra vez:-¿Así que se aburre usted?-Sí.-¿Y él que le dice?-¿Juan? ¿Qué quiere que diga? A veces piensa que no debíamos habernos casado. Otras en cambio, me dice que tengo todo el aspecto de una mujer que ha nacido para tener un amante ¿Le parece que tengo tipo para ser querida por alguien? Y yo también me digo ¿para qué nos habremos casado?
Eugenio recurrió al cigarrillo. Había observado que la inquietud se descarga inconscientemente en algún íntimo trabajo mecánico. Rechupó rítmicamente el cigarrillo hasta llenarse la boca de humo, luego lo lanzó lentamente al aire y con voz sumamente tranquila, ya dueño de sí mismo, le preguntó:
¿Y nunca Juan le preguntó si usted no deseaba tener un amante? Mejor dicho …¿Nunca le insinuó que tuviera un amante?
-No…
- ¿Y entonces, para qué me ha propuesto usted hoy que viniera? Desea serle infiel a su esposo. ¿Y para eso me ha elegido a mí?
-No, Eugenio, ¡Qué barbaridad!, Juan es muy bueno, trabaja todo el día.
- ¿Y porque trabaja todo el día y es bueno, usted me invita a tomar el té en su compañía?
- ¿Qué tiene de malo?
- Efectivamente, de malo no tiene nada. Lo único es que corre el riesgo de dar con un atrevido que trate de tumbarla en la cama.
-Leonilda se incorporó violenta: Gritaría, Eugenio, no le quede ninguna duda. Además, yo me aburro, y también trabajo todo el día. Pero me aburro entre estas cuatro paredes. Es horrible. ¿Usted sabe lo que pasa por la mente de una mujer metida todo el día entre las cuatro paredes de un apartamento?
Ella se rebelaba, había que tener cuidado.
-Y ¿él no se da cuenta de lo que pasa en su interior?
- Si.
- ¿Y…?
-Estoy cansada.
-¿Porqué no se distrae leyendo?
-Déjeme por favor de libros, ¡Son horribles! ¿Qué quiere que lea? ¿Puedo aprender algo en los libros?...
Ahora se había arrellanado en el butacón y parecía triste a la luz confusa que teñía su epidermis de un matiz de madera.
Destapó con ansiedad sus anhelos:
-Me gustaría vivir en otra parte, sabe, Eugenio…
-¿En qué parte?
-No sé, me gustaría irme lejos, sin saber adonde parar.
Y en cambio, ¿sabe lo que hace Juan cuando llega? Se pone a leer los diarios.
-En los diarios aparecen noticias muy interesantes.
-Ya sé, ya sé, …Es gracioso usted. Él lee los diarios y contesta a todo lo que le pregunto con un “sí” o un “no”. Eso es todo lo que hablamos. No tenemos nada que decirnos. A mí me gustaría irme lejos, viajar en tren, con mucha lluvia, comer en los restaurantes de las estaciones…No crea que estoy loca, Eugenio…
-No creo nada…
- Él, en cambio, no se muda de casa, sino cuando yo ya no resisto más. Parece el hombre de los rincones. Eso, Eugenio, el hombre de los rincones. Todos los hombres parece que al llegar a los treinta años, quieren arrinconarse, no moverse más de su sitio. Y a mí me gustaría irme lejos…Vivir como las artistas de cine. Usted cree que es verdad lo que dicen en los diarios de la vida de las artistas de cine.
-Si, un diez por ciento, es cierto.
- Ve. Eugenio, esa es la vida que me gustaría hacer, pero eso es imposible ahora.
-Así es, pero, ¿Para qué me invitó?
- Tenía ganas de conversar con usted (movió la cabeza como si rechazara un pensamiento inoportuno). No, yo no podría nunca serle infiel a Juan. No, Dios me libre. Se da cuenta…Si los amigos de él supieran…Qué vergüenza horrible para él. Y usted sería el primero en decirlo: “La señora de Juan lo engaña, y conmigo”….
hermoso relato, no lo conocia y me encanto
ResponderEliminarbesos
Hola tomamos un café, es un relato que estamos publicando en pedacitos, aún faltan algunos....
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