sábado, 17 de enero de 2009

RELATOS ERÓTICOS. GEORGETTE DUVERNOIS-DESBORDES. La Medusa encapuchada que amó a Luis XI


Los clásicos son lúdicos y eróticos. Se expresan con la misma franqueza con que puede hacerlo un Henry Miller. Aristófanes, por ejemplo, nos habla de “…la mensajera/(que) levanta primero las piernas y yo la travieso” (los pájaros, V, 1255, muy citado en erotología). Repite una de las posturas eróticas registradas por Carl Forber (1770-1848) en Apophereta, libro que inspiró el Erotischen Kunst (1912) de Eduard Fuchs.
El juego del homo ludens se convierte en la ingenuidad del homo eroticus. Ejemplo de esta metamorfosis la hallamos en Les cents nouvelles nouvelles, relatos atribuidos al príncipe Luis XI, después rey de Francia. En uno de estos, el marido, sorprende a su mujer con un amante. Avanza lleno de ira hacia el lecho. El amante tapa la cabeza de la dama y levanta las cobijas para que el marido vea sólo la desnudez de la mujer y se convenza de que no se trata de la que él cree, sino de otra con la que el agraviado no tiene ningún parentesco. Incluso, le hace acariciar un par de veces las nalgas de la mujer. El marido, turbado, opta por retirarse.
Este libro se publicó en inglés con el título de One Hundred Merrie and Deligthsome Stories (Cien alegres y sabrosos relatos). Por último, Les Cent Nouvelles Nouvelles fueron publicadas en París en 1899. De esta edición se pierde toda noticia al respecto. Luis XI, al escribir estos relatos, siguió la tradición; lo mismo hizo Bocaccio en el Decamerón.
Se recuerda, sin embargo, que el relato del marido celoso fue un hecho vivido por el propio Luis XI, con una mujer de la corte, llamada Georgette Duvernois-Debordes, rubia, de mediana estatura, con ojos “más celestes que el cielo” en la expresión de Jules Deschamps.
La variante, esquematizándola, nos habla de que vuelto el caballero a su casa después de haber tocado el cuerpo desnudo (con la cabeza tapada), cuyo honor debió a la magnificencia del príncipe, le dice a su cónyuge que ha visto la más bella mujer desnuda jamás imaginada. Algo que sólo a los ángeles les estaba permitido ver, especialmente “las ebúrneas nalgas florecidas” que Afrodita envidiaría. Las nalgas y “la dulce herida” que llevaba al paraíso.
Lo que no sospechaba el marido engañado es que ella había tenido tiempo de regresar adelantándose hábilmente a su llegada.
En otra variante sobre el mismo relato, realizada por Araäljib, el amante le dice al marido: “si además de tocar, quieres gozarla, no hay ningún inconveniente. Lo único que no debes hacer es destapar su cabeza, porque sobre ella pesa una maldición. Quien vea su cabellera queda ciego. Sólo está destinada a que la posean pero quedan condenados los que pretendan verla tal cual es”.
El marido, dice Araäljib, impulsado por la hermosura de esa desnudez vacila un instante. Pero el amante salva la situación con estas palabras:
“Es mejor que no te acuestes. En el ardor puede ella misma destaparse el rostro. Entonces, nadie te salvará de la maldición”.
Oído esto, el marido que había comenzado a desabrocharse, resuelve arreglarse en el toilette contiguo al dormitorio. Este es el instante que aprovecha la mujer para salir precipitadamente por otra puerta, sospechando que el marido irá a la casa en busca de ella.
Araäljib nos recuerda que este relato llevaba el título de El reverso de la medalla.

2 comentarios:

  1. Realmente apasionante.Varias personas me dijeron que leyendo estos maravillosos clásicos, se les reactivó su libido. Por lo tanto, les felicito.

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  2. Hola Miguel,gracias, vamos a tener que empezar a cobrar, jejeje...

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