domingo, 29 de marzo de 2009

RELATOS ERÓTICOS. UNA TARDE DE DOMINGO. IX Y ÚLTIMO. ROBERTO ARLT


Cuadro: Lilith, de Jhon Maler Collier


Y, es natural, Leonilda ¿Cuántos años hace que se casó?
- Diez…
- ¿Y usted quiere tener algo nuevo que decirle a un hombre después de vivir 10 años? O sea: 3600 días con él?...No, Leonilda…., no
- Él llega, se arrincona en el sillón y lee sus diarios, los diarios son la quinta pared de esta casa, nos miramos y no sabemos qué decirnos, o lo sabemos de memoria…
- No cuenta nada nuevo usted. Eso ocurre entre todos los matrimonios y entre novios también, los novios se aburren tremendamente; cuando no son estúpidos por demás. Y usted y yo, Leonilda, si nos tratáramos mucho tiempo, terminaríamos por encontrarnos en la misma situación.
- Es posible…
- Me alegro que lo crea, Leonilda. En realidad, conocer a una mujer es una tristeza más. Cada muchacha que pasa por nuestra vida nos oxida algo precioso adentro. Posiblemente cada hombre que pasa por la vida de una mujer destruye en ella una faceta de bondad que otros dejaron intacta, porque no encontraron la forma de romperla. Estamos a la recíproca, somos una buena cáfila de canallas.
- Usted no cree en nada.
- ¿Quiere que crea en usted, Leonilda, acaso?
- ¿Y la vida será siempre así, entonces?...
- Y, ¿cómo quiere usted que sea?
- No sé…no sé…, es decir, que todos los matrimonios se llevan como Juan y yo.
- Más o menos, el 99%...
- ¿ Y qué hacer entonces…?
Hasta esta altura, la conversación se había desarrollado en un ritmo tranquilo y avieso; más de pronto una magnitud de emoción estalló en Karl, brutalmente tomó a la mujer de una mano, al impulsó hacia él y la besó en el rostro, ella rehuía sus labios. El la saltó y, mirándola afectuosamente, dijo:
- Te besé porque sos una pobre mujercita, la eterna mujercita que cree en las pavadas del cine, mírame a los ojos. (Ella se había retirado hacia su butacón enrojecida de vergüenza). Ya ves. Estoy limpio de deseo. Trate (dejó de tutearla) de quererlo a Juan. Él es un hombre bueno. Yo también soy un hombre bueno. Todos somos hombres buenos, pero de cada uno de nosotros se burla alguna mujer, de cada mujer, en alguna parte, se burla un hombre, estamos como le dije antes, a la recíproca.
Uno frente a otro, casi tranquilos, se examinaban como si se encontraran absolutamente aislados en la redondez del planeta. No tenían nada que aprender ni decirse.
Karl se levantó.
- Señora, hasta pronto.
Ella sonrío ambiguamente. Cautelosamente:
- ¿No se va a enojar? Cuando Juan venga esta noche, le diré que usted estuvo aquí.
- ¿Cómo? ¿Le va a decir?
- ¿Hemos hecho algo malo acaso?
- Tiene razón, hasta pronto.
Leonilda, sin moverse del sofá, lo miró avanzar dándole la espalda hacia la puerta de madera maciza.

jueves, 26 de marzo de 2009

Poesía erótica. ESTRECHOS SON LOS BAJELES (VI). SAINT JOHN-PERSE

Obra de Francisco Hayez


VI.
Un poco antes de la aurora y las cuchillas del día,

cuando el rocío de mar enluce los mármoles y los bronces,
y el ladrido lejano de los campos hace deshojarse a las rosas
en la ciudad,
yo te vi, velabas, y fingí el sueño.

¿Quién, pues, en ti se aliena siempre con el día?
Y tu mansión, ¿dónde, pues, está?...
¿Te irás mañana sin mí por la mar extranjera?
¿Quién, pues, tu huésped, lejos de mí?
¿O qué Piloto silencioso sube solo a tu bordo,
de ese lado de mar que no se aborda?

Tú, a quien he visto crecer allende mi cadera,
como inclinado sobre el borde de los acantilados,
no conoces, no has visto, tu faz de águila peregrina.
¿El pájaro tallado en tu rostro horadará la máscara del amante?

¿Quién eres, pues, Patrón nuevo?
¿Hacia qué tendido, en que no tengo parte?
y ¿sobre qué borde del alma irguiéndote,
como príncipe bárbaro sobre su montón de arreos?;
¿o como ese otro, entre las mujeres, husmeando la acidez de
las armas?

¿Cómo amar, con amor de mujer -amando, a aquel
por quien nadie puede nada? ¿Y de amor qué sabe él?(...)

SAINT JOHN-PERSE



domingo, 22 de marzo de 2009

RELATOS ERÓTICOS. UNA TARDE DE DOMINGO VIII. ROBERTO ARLT.


Cuadro: Pryne, de Gustave Boulanger.
Karl: - Ya ve…Nosotros los maridos modernos ni somos capaces de torcerle el pescuezo a un canalla que nos roba la mujer. Cierto es que esto de no torcerle el pescuezo a la cónyuge es una conquista del pensamiento y de la civilización…, pero, de cualquier forma, a veces es agradable asesinar a alguien…en nombre de una superstición. Y además, Leonilda…, si Juan no la matara a usted ni a mí, no lo haría por bondad, sino simplemente comprendiendo que al ponerle usted unos cuernos grandes como una casa, no hacía sin tomarse un poco de justicia por su mano…, pero volvamos al punto de partida…;cuando entré yo pensaba de qué modo iniciaría la comedia amorosa con usted, besándole la mano o tomándole un seno.- Eugenio…- Eso era lo que pensaba.- No le permito…- Ahora es usted la que hace la comedia…- Bueno…, pero no hable así.- Perfectamente…, suprimida la descripción de la sección masaje.- Eugenio…- Leonilda…Usted no me deja expresar con coherencia.- Hable decentemente.- El caso es este. Cuando entramos, yo esperaba que usted se pusiera a bailar, y me dijera “vea qué valiente soy: hoy he resuelto ponerle cuernos a mi marido”. Yo deseaba que me dijera eso, Leonilda. O que, desprendiéndose la bata, me dijera: “béseme el nacimiento de los senos”. O , sino “arrodíllese aquí a mis pies y apoye la cabeza en mis rodillas”. También cuando entró…durante un instante, dije: “Qué maravilloso sería si apareciera desnuda pero envuelta en una robe de chambre”.- Pero usted está loco…- Leonilda…, son suposiciones…; yo no digo que usted debió hacer forzosamente eso, ni nada parecido…Me limito a insinuar qué agradable hubiera sido que ello ocurriera…- Gracias a Dios.- Ya sé…no ocurrió…Cuando entramos, usted me dijo: “me aburro”, entonces, créame, el alma se me cayó a los pies.- ¿Porqué?- No sé. Instintivamente usted y Juan me dieron lástima.- Lástima…, lástima él…- Y usted. - Ahora Eugenio caminaba de un lugar al otro del escritorio-. Claro, vi su problema y su problema era el de todas las mujeres casadas.El esposo continuamente en la oficina ellas eternamente solas entre las cuatro paredes que usted contaba.- No tenemos nada que decirnos Eugenio.- Y es natural, Leonilda, ¿cuántos años hace que se casó?...

viernes, 20 de marzo de 2009

POESÍA ERÓTICA. ELLA... JUAN L. ORTIZ

"Leda y el cisne". Leonardo Da Vinci

ELLA...

Ella anuda hilos entre los hombres
y lleva de aquí para allá la mariposa profunda
—ala del paisaje y del alma de un país, con un polen...

Ella hace sensible el clima de los días, con su color y su
perfume... a su pesar, muchas veces, como bajo un destino.
Testimonio involuntario, ella,
de un cierto estado de espíritu, de un cierto estado de las
cosas,
en que la circunstancia da su hálito...

Pero se dirige siempre a un testigo invisible,
jugando naturalmente con la tierra y el ángel,
el infinito a su lado y el presente en el confín...

Mas es el don absoluto, y la ternura,
ella que es también el término supremo y la última esencia
con las melodías de los sentidos y los símbolos y las visiones
y los latidos para el encuentro en los abismos...

Mas tiene cargo de almas, y es la comunicación,
el traspaso del ser, "como se da una flor", en el nivel de los
niños,
más allá de sí misma, en el olvido puro de ella misma...

Y no busca nunca, no, ella...
espera, espera, toda desnuda, con la lámpara en la mano,
en el centro mismo de la noche...

JUAN L. ORTIZ


martes, 17 de marzo de 2009

POESÍA ERÓTICA. LA DAMA DE ROMBOS. PAUL ELUARD


Cuadro: Si o no. Godward




Muy joven abrí mis brazos a la pureza. Sólo fue un palpitar de alas
en el cielo de mi eternidad, un palpitar de corazón enamorado que
late en los pechos conquistados. Ya no podía caer.
Amante del amor. En verdad, la luz me ciega. Conservo la
suficiente para mirar la noche, toda la noche, todas las noches.
Todas las vírgenes son distintas. Siempre sueño con una
virgen.
En la esuela se sienta en un banco delante de mí, con delantal
negro. Cuando se vuelve para preguntarme por la solución de un
problema, la inocencia de sus ojos me confunde de tal modo que
apiadada de mi turbación, me rodea con sus brazos el cuello.
Fuera de allí me abandona. Sube a un barco. Nos sentimos casi
extraños uno a otro, pero es tanta su juventud que su beso no me
sorprende.
O bien, cuando está enferma, guardo su mano entre las mías
hasta que llega la muerte, hasta que me despierto.
Si acudo tanto más rápido a sus citas es porque temo no tener
tiempo de llegar antes de que otros pensamientos me arrebaten a
mí mismo.
Cierta vez que el mundo estaba por acabar, lo ignoramos todo
de nuestro amor. Ella buscó mis labios con movimientos lentos y
acariciadores de la cabeza. Esa noche llegué a creer que la haría
retornar al día.
Y siempre es la misma confesión, la misma juventud, los mismos
ojos puros, el mismo ademán ingenuo de sus brazos alrededor de
mj cuello, la misma caricia, la misma revelación.
Pero nunca es la misma mujer.
Las cartas dijeron que la encontraría en la vida aunque sin
reconocerla.
Amante del amor.

lunes, 16 de marzo de 2009

POEMAS ERÓTICOS. LA PRIMAVERA. BERTOLT BRECHT


Cuadro: La hamaca, de Gustav Courbet

1
Llega la primavera.
El juego de los sexos se renueva
Los amantes se encuentran.
Ya la mano envolvente del amado
Estremece lenta el pecho de la muchacha.
Su mirada huidiza lo seduce.
2
Bajo nueva luz
Se muestran a los amantes el campo en primavera.
Allá en lo alto se ven las primeras
Bandadas de pájaros.
El aire ya es cálido.
Los días se alargan y
perdura la luminosidad de los prados.
3
Sin mesura crecen los árboles y la hierba
En primavera.
No cesan en su feracidad
El bosque, los prados, los campos.
Y la tierra alumbra lo nuevo
Sin previsión.
Bertolt Brecht

lunes, 9 de marzo de 2009

POESÍA ERÓTICA. EL VALS. VICENTE ALEIXANDRE

"Venus y Adonis". Kauffman

EL VALS

Eres hermosa como la piedra,
oh difunta;
oh viva, oh viva, eres dichosa como la nave.
Esta orquesta que agita
mis cuidados como una negligencia,
como un elegante bendecir de buen tono,
ignora el vello de los pubis,
ignora la risa que sale del esternón como una gran batuta.

Unas olas de afrecho,
un poco de serrín en los ojos,
o si acaso en las sienes,
o acaso adornando las cabelleras;
unas faldas largas hechas de colas de cocodrilos;
unas lenguas o unas sonrisas hechas con caparazones de cangrejos.
Todo lo que está suficientemente visto
no puede sorprender a nadie.

Las damas aguardan su momento sentadas sobre una lágrima,
disimulando la humedad a fuerza de abanico insistente.
Y los caballeros abandonados de sus traseros
quieren atraer todas las miradas a la fuerza hacia sus bigotes.
Pero el vals ha llegado.
Es una playa sin ondas,
es un entrechocar de conchas, de tacones, de espumas o
de dentaduras postizas.
Es todo lo revuelto que arriba.

Pechos exuberantes en bandeja en los brazos,
dulces tartas caídas sobre los hombros llorosos,
una languidez que revierte,
un beso sorprendido en el instante que se hacía «cabello de ángel»,
un dulce «sí» de cristal pintado de verde.

Un polvillo de azúcar sobre las frentes
da una blancura cándida a las palabras limadas,
y las manos se acortan más redondeadas que nunca,
mientras fruncen los vestidos hechos de esparto querido.

Las cabezas son nubes, la música es una larga goma,
las colas de plomo casi vuelan, y el estrépito
se ha convertido en los corazones en oleadas de sangre,
en un licor, si blanco, que sabe a memoria o a cita.

Adiós, adiós, esmeralda, amatista o misterio;
adiós, como una bola enorme ha llegado el instante,
el preciso momento de la desnudez cabeza abajo,
cuando los vellos van a pinchar los labios obscenos que saben.
Es el instante, el momento de decir la palabra que estalla,
el momento en que los vestidos se convertirán en aves,
las ventanas en gritos,
las luces en ¡socorro!
y ese beso que estaba (en el rincón) entre dos bocas
se convertirá en una espina
que dispensará la muerte diciendo:
Yo os amo.

VICENTE ALEIXANDRE

jueves, 5 de marzo de 2009

RELATOS ERÓTICOS, EL ANILLO. ANÄIS NIN. SEGUNDA PARTE


No comprendo. ¿Dónde está el anillo?
El indio tomó su mano y la condujo a cierto lugar entre sus piernas. Los dedos de la mujer dieron primero con el pene, y luego los guió hasta encontrar el anillo, en la base del miembro. Pero al sentir la mano de la muchacha, el pene se endureció y él lanzó un grito, pues el anillo le presionaba y le producía un dolor muy agudo.

La mujer estuvo a punto de desmayarse de horror. Era como si quisiera matar y mutilar el deseo en sí mismo. Al propio tiempo, pensar en ese pene sujeto y rodeado por su anillo la excitaba sexualmente, y su cuerpo se tornó cálido y sensible a toda clase de fantasías eróticas. Continuó besándole, mas le rogó que se detuviera, pues le causaba un daño cada vez mayor.
Pocos días más tarde, el indio sufría de nuevo terriblemente, pero no podía quitarse el anillo. Tuvo que venir el médico y extraérselo. La mujer fue a verlo y se declaró dispuesta a huir con él. Aceptó. Montaron a caballo y viajaron toda una noche, hasta llegar a un pueblo suficientemente lejano. Allí ocultó a su amada en una habitación y salió a buscar trabajo en una hacienda. La joven no debía abandonar su encierro hasta que su padre se cansara de buscarla.

RELATOS ERÓTICOS. ANÄIS NIN. EL ANILLO. PRIMERA PARTE

cuadro: la ola, de Seignac.

Es costumbre entre los indios del Perú intercambiar anillos al prometerse en matrimonio, anillos que hayan sido de su propiedad durante mucho tiempo y que, a veces, tienen forma de cadena. Un indio muy apuesto se enamoró de una peruana de ascendencia española, pero chocó con la violenta oposición de la familia de la muchacha. Los indios tenían fama de perezosos y degenerados, y se decía que producían hijos débiles e inestables, sobre todo si se casaban con personas de sangre española. A pesar de la oposición, los jóvenes celebraron con sus amigos la ceremonia de compromiso. El padre de la chica se presentó durante la fiesta y amenazó con que si alguna vez encontraba al indio llevando el anillo en forma de cadena que la muchacha le había dado, se lo arrancaría del dedo de la manera más sangrienta, y que si era necesario le cortaría el dedo. Este incidente estropeó la fiesta. Todo el mundo se fue a casa, y la joven pareja se separó prometiéndose encontrarse en secreto. Se encontraron una noche después de muchas dificultades, y se besaron con fervor, largamente. La mujer, exaltada por los besos, estaba dispuesta a entregarse, sintiendo que aquél podría ser su último momento de intimidad, ya que la ira de su padre iba día a día en aumento. Pero el indio estaba decidido a casarse y no quería poseerla en secreto. Entonces ella se dio cuenta de que no llevaba el anillo en el dedo. Le interrogó con los ojos. Él le dijo al oído: –Lo llevo donde no puede ser visto, en un lugar en que me impedirá tomarte a ti o a cualquier otra mujer antes de que nos casemos.

miércoles, 4 de marzo de 2009

POESÍA ERÓTICA. ESTRECHOS SON LOS BAJELES (V). SAINT JOHN-PERSE

"Destino consumado". Burne-Jones


V. A tu lado arrumbada, como el remo a fondo de barca;

a tu lado adujada, como la vela con la verga, al pie del mástil

anudada...

Un millón de burbujas más que dichosas, en la estela y so la quilla.

Y la mar misma, nuestro sueño, como una sola y vasta umbela...

Y su millón de cabezuelas, de flásculos en vías de diseminación...


¡Supervivencia, oh prudencia! Frescura de tormenta y que se aleja,

párpados macerados, del azul de tormenta... Abre la palma de tu

mano,

dicha de ser... ¿Y quién, pues, estaba ahí, que no es más que favor?

Un paso se aleja en mí que no es de mortal.

Viajeros a lo lejos viajan que no hemos interpelado.

Tended la tienda impregnada de oro, oh pura umbría de trasvida...


Y la grande ala silenciosa que tan largo tiempo

fue tal, a nuestra popa, orienta todavía en el sueño,

orienta todavía sobre las aguas,

nuestros cuerpos que tanto se han amado,

nuestros corazones que tanto se han conmovido...

A lo lejos la carrera de una última ola,

alzando más alta la ofrenda de su freno...

Te amo -estás aquí- y toda la inmensa dicha de ser

que fue aquí consumada. (...)

SAINT JOHN-PERSE

domingo, 1 de marzo de 2009

RELATOS ERÓTICOS. UNA TARDE DE DOMINGO. VI. ROBERTO ARLT.

Cuadro: El pecado. Franz Von Stuck

- ¿Y usted nunca le fue infiel a Juan?
- No.
- ¿Está segura? Eugenio no pudo evitar una sonrisa socarrona e insistió:
- No sé porqué me parece que me está mintiendo.
- Leonilda vaciló un instante. Giraba los ojos como si se encontrara en una altura movediza. Y, aunque Eugenio hubiera querido explicarse donde radicaba el secreto, en aquel momento era imposible. Ella aparecía afinada por la diafanidad de una atmósfera inconcebible, como si se encontrara entre cielo y tierra.
- ¿Me promete no contárselo a nadie?
- No.
- Bueno; una vez un amigo de Juan me besó.
- Y usted esperaba que él la besara.
- No…, fue así…, de sorpresa.
- ¿Y a usted le gustó o no?
- En ese momento me dio una rabia tremenda, lo eché de casa. Hace de eso varios años.
- ¿Y él volvió?
- No…, pero usted va a pensar mal de mí.
- No.
- Bueno; muchas veces pensé con pena porqué ese amigo no habrá vuelto más.
- ¿Se hubiera entregado usted a él?
- No…, no…, pero dígame, Eugenio, ¿qué le pasa a un hombre cuando besa así, bruscamente a la mujer de un amigo? De un amigo que quiere, porque él lo quería a Juan.
- Por lo general es difícil establecer lo que ocurre, si se coloca uno en un terreno metafísico. Ahora, si interpreta la cuestión desde un punto de vista materialista, lo que debía pasar es que ese hombre se sentía excitado con su presencia, y, posiblemente, usted se daba cuenta. Y más probable es que usted deliberadamente haya contribuido a excitarlo, usted es uno de esos tipos de mujeres que les gusta enardecer a los amigos del esposo.
- Eso no es verdad, Eugenio…, porque ya ve…., entre nosotros no pasa nada…
- Porque me domino.
- ¿Usted se domina? Pues no me pareció.
- De allí que me haya invitado a tomar té. Pero sí, me domino y, además, me divierto cuando me domino.
- Se divierte…, ¿de qué modo?...
- Observándolo al otro. Es algo así como el juego del gato con el ratón.
- La miro a los ojos y miro en el fondo de ellos la tormenta del deseo y del escrúpulo.
- Eugenio.
- Qué...
- ¿Le va a contar a su señora que yo lo he invitado a tomar té?
- No…, porque estoy separado de ella. Y aunque no estuviera separado, tampoco le contaría, porque a ella le faltaría tiempo para írselo a contar a sus amigas. “¿Saben que la mujer de Juan lo invitó a mi esposo a tomar té a solas con ella?…”
- ¡Qué perversa!
- De ningún modo. Es una mujer honrada. Todas las mujeres honradas son más o menos como ella, más o menos impúdicas y más o menos aburridas, a momentos les gustaría acostarse con los hombres que las encaprichan; luego retroceden y ni con el mismo marido casi se acuestan.