Cuadro: Pryne, de Gustave Boulanger.
Karl: - Ya ve…Nosotros los maridos modernos ni somos capaces de torcerle el pescuezo a un canalla que nos roba la mujer. Cierto es que esto de no torcerle el pescuezo a la cónyuge es una conquista del pensamiento y de la civilización…, pero, de cualquier forma, a veces es agradable asesinar a alguien…en nombre de una superstición. Y además, Leonilda…, si Juan no la matara a usted ni a mí, no lo haría por bondad, sino simplemente comprendiendo que al ponerle usted unos cuernos grandes como una casa, no hacía sin tomarse un poco de justicia por su mano…, pero volvamos al punto de partida…;cuando entré yo pensaba de qué modo iniciaría la comedia amorosa con usted, besándole la mano o tomándole un seno.- Eugenio…- Eso era lo que pensaba.- No le permito…- Ahora es usted la que hace la comedia…- Bueno…, pero no hable así.- Perfectamente…, suprimida la descripción de la sección masaje.- Eugenio…- Leonilda…Usted no me deja expresar con coherencia.- Hable decentemente.- El caso es este. Cuando entramos, yo esperaba que usted se pusiera a bailar, y me dijera “vea qué valiente soy: hoy he resuelto ponerle cuernos a mi marido”. Yo deseaba que me dijera eso, Leonilda. O que, desprendiéndose la bata, me dijera: “béseme el nacimiento de los senos”. O , sino “arrodíllese aquí a mis pies y apoye la cabeza en mis rodillas”. También cuando entró…durante un instante, dije: “Qué maravilloso sería si apareciera desnuda pero envuelta en una robe de chambre”.- Pero usted está loco…- Leonilda…, son suposiciones…; yo no digo que usted debió hacer forzosamente eso, ni nada parecido…Me limito a insinuar qué agradable hubiera sido que ello ocurriera…- Gracias a Dios.- Ya sé…no ocurrió…Cuando entramos, usted me dijo: “me aburro”, entonces, créame, el alma se me cayó a los pies.- ¿Porqué?- No sé. Instintivamente usted y Juan me dieron lástima.- Lástima…, lástima él…- Y usted. - Ahora Eugenio caminaba de un lugar al otro del escritorio-. Claro, vi su problema y su problema era el de todas las mujeres casadas.El esposo continuamente en la oficina ellas eternamente solas entre las cuatro paredes que usted contaba.- No tenemos nada que decirnos Eugenio.- Y es natural, Leonilda, ¿cuántos años hace que se casó?...
Karl: - Ya ve…Nosotros los maridos modernos ni somos capaces de torcerle el pescuezo a un canalla que nos roba la mujer. Cierto es que esto de no torcerle el pescuezo a la cónyuge es una conquista del pensamiento y de la civilización…, pero, de cualquier forma, a veces es agradable asesinar a alguien…en nombre de una superstición. Y además, Leonilda…, si Juan no la matara a usted ni a mí, no lo haría por bondad, sino simplemente comprendiendo que al ponerle usted unos cuernos grandes como una casa, no hacía sin tomarse un poco de justicia por su mano…, pero volvamos al punto de partida…;cuando entré yo pensaba de qué modo iniciaría la comedia amorosa con usted, besándole la mano o tomándole un seno.- Eugenio…- Eso era lo que pensaba.- No le permito…- Ahora es usted la que hace la comedia…- Bueno…, pero no hable así.- Perfectamente…, suprimida la descripción de la sección masaje.- Eugenio…- Leonilda…Usted no me deja expresar con coherencia.- Hable decentemente.- El caso es este. Cuando entramos, yo esperaba que usted se pusiera a bailar, y me dijera “vea qué valiente soy: hoy he resuelto ponerle cuernos a mi marido”. Yo deseaba que me dijera eso, Leonilda. O que, desprendiéndose la bata, me dijera: “béseme el nacimiento de los senos”. O , sino “arrodíllese aquí a mis pies y apoye la cabeza en mis rodillas”. También cuando entró…durante un instante, dije: “Qué maravilloso sería si apareciera desnuda pero envuelta en una robe de chambre”.- Pero usted está loco…- Leonilda…, son suposiciones…; yo no digo que usted debió hacer forzosamente eso, ni nada parecido…Me limito a insinuar qué agradable hubiera sido que ello ocurriera…- Gracias a Dios.- Ya sé…no ocurrió…Cuando entramos, usted me dijo: “me aburro”, entonces, créame, el alma se me cayó a los pies.- ¿Porqué?- No sé. Instintivamente usted y Juan me dieron lástima.- Lástima…, lástima él…- Y usted. - Ahora Eugenio caminaba de un lugar al otro del escritorio-. Claro, vi su problema y su problema era el de todas las mujeres casadas.El esposo continuamente en la oficina ellas eternamente solas entre las cuatro paredes que usted contaba.- No tenemos nada que decirnos Eugenio.- Y es natural, Leonilda, ¿cuántos años hace que se casó?...
eso lo entiendo, el matrimonio muchas veces mata
ResponderEliminarHola Santiago, cuánto tiempo sin saber de tí, nos alegramos de tu visita.
ResponderEliminarUn abrazo