Cuadro: Boucher.
...Aun entonces suspendieron su placer, y ella sintió a George con absoluta calma. Pero al momento señaló el espejo y dijo riendo: –Mira, parece como si no estuviéramos haciendo el amor; como si yo estuviera sentada en tus rodillas, y tú, bribón, has estado todo el tiempo dentro de mí, e incluso te estremeces. ¡Ah, no puedo soportar más esta ficción de que no tengo nada dentro! Me está ardiendo. ¡Muévete ya, muévete!
Se arrojó sobre él, de modo que pudiera girar en torno al miembro erecto, y de esta danza erótica obtuvo un placer que la hizo gritar. Al mismo tiempo, un relámpago de éxtasis estallaba en el cuerpo de George.
Pese a la intensidad de su amor, cuando George se marchó ella no le preguntó su nombre ni le pidió que volviera. Le dio un ligero beso en sus labios, casi doloridos, y le despidió. Durante meses, el recuerdo de aquella noche le obsesionó y no pudo repetir la experiencia con ninguna otra mujer. Un día se encontró con un amigo que acababa de cobrar unos artículos y lo invitó a beber. Contó a George la increíble historia de una escena de la que había sido testigo. Estaba gastándose pródigamente el dinero en un bar, cuando un hombre muy distinguido se le acercó y le sugirió un agradable pasatiempo: observar una magnífica escena de amor, y como el amigo de George era un voyeur redomado, aceptó la sugerencia inmediatamente. Fue conducido a una misteriosa casa, a un apartamento suntuoso, y recluido en una habitación obscura desde donde pudo contemplar cómo una ninfómana hacía el amor con un hombre especialmente dotado y potente.
A George le dio un vuelco el corazón. –Descríbeme a esa mujer –pidió.
El amigo describió a la mujer con la que George había hecho el amor, incluido el vestido de raso. Describió también la cama con dosel, los espejos: todo. El amigo de George había pagado cien dólares por el espectáculo, pero había valido la pena y había durado horas. ¡Pobre George! Durante meses prescindió de las mujeres. No podía creer tamaña perfidia, tamaña farsa. Le obsesionaba la idea de que las que lo invitaban a sus apartamentos tenían escondido tras una cortina algún espectador.
Fin
...Aun entonces suspendieron su placer, y ella sintió a George con absoluta calma. Pero al momento señaló el espejo y dijo riendo: –Mira, parece como si no estuviéramos haciendo el amor; como si yo estuviera sentada en tus rodillas, y tú, bribón, has estado todo el tiempo dentro de mí, e incluso te estremeces. ¡Ah, no puedo soportar más esta ficción de que no tengo nada dentro! Me está ardiendo. ¡Muévete ya, muévete!
Se arrojó sobre él, de modo que pudiera girar en torno al miembro erecto, y de esta danza erótica obtuvo un placer que la hizo gritar. Al mismo tiempo, un relámpago de éxtasis estallaba en el cuerpo de George.
Pese a la intensidad de su amor, cuando George se marchó ella no le preguntó su nombre ni le pidió que volviera. Le dio un ligero beso en sus labios, casi doloridos, y le despidió. Durante meses, el recuerdo de aquella noche le obsesionó y no pudo repetir la experiencia con ninguna otra mujer. Un día se encontró con un amigo que acababa de cobrar unos artículos y lo invitó a beber. Contó a George la increíble historia de una escena de la que había sido testigo. Estaba gastándose pródigamente el dinero en un bar, cuando un hombre muy distinguido se le acercó y le sugirió un agradable pasatiempo: observar una magnífica escena de amor, y como el amigo de George era un voyeur redomado, aceptó la sugerencia inmediatamente. Fue conducido a una misteriosa casa, a un apartamento suntuoso, y recluido en una habitación obscura desde donde pudo contemplar cómo una ninfómana hacía el amor con un hombre especialmente dotado y potente.
A George le dio un vuelco el corazón. –Descríbeme a esa mujer –pidió.
El amigo describió a la mujer con la que George había hecho el amor, incluido el vestido de raso. Describió también la cama con dosel, los espejos: todo. El amigo de George había pagado cien dólares por el espectáculo, pero había valido la pena y había durado horas. ¡Pobre George! Durante meses prescindió de las mujeres. No podía creer tamaña perfidia, tamaña farsa. Le obsesionaba la idea de que las que lo invitaban a sus apartamentos tenían escondido tras una cortina algún espectador.
Fin
¿Pánico homosexual, tal vez, el de George?
ResponderEliminarQuizás. Quién sabe. lo que me sorprende es el giro inesperado que Anäis le da a la historia.
ResponderEliminarUn saludo Olga y gracias por tu comentario