La siesta
Autor: Pierre Bonnard1867-1945
Autor: Pierre Bonnard1867-1945
Al día siguiente fue para Emma un día fúnebre. Todo le pareció envuelto en una atmósfera negra que flotaba confusamente sobre el exterior de las cosas, y la pena se hundía en su alma con aullidos suaves, como hace el viento en los castillos abandonados. Era ese ensueño que nos hacemos sobre lo que ya no volverá, el cansancio que nos invade después de cada tarea realizada, ese dolor, en fin, que nos causa la interrupción de todo movimiento habitual, el cese brusco de una vibración prolongada.
Como el regreso de la Vaubyessard, cuando las contradanzas le daban vueltas en la cabeza, tenía una melancolía taciturna, una desesperación adormecida. León se le volvía a aparecer, más alto, más guapo, más suave, más difuso; aunque estuviese separado de ella, no la había abandonado, estaba allí, y las paredes de la casa parecían su sombra. Emma no podía apartar su vista de aquella alfombra que él había pisado, de aquellos muebles vacíos donde se había sentado.
...
¡Qué buenas jornadas de sol habían tenido!...Él leía en voz alta, descubierto, sentado en un taburete de palos rústicos; el viento fresco de la pradera hacía temblar las páginas del libro y las capuchinas del cenador...¡Ah!¡se había ido el único encanto de su vida, la única esperanza posible de felicidad!¿Cómo no se había apoderado de aquella ventura cuando se le presentó?¿Por qué no lo había retenido con las dos manos, con las dos rodillas, cuando quería escaparse? Y se maldijo por no haber amado a León; tuvo sed de sus labios. Le entraron ganas de correr a unirse con él, de echarse en sus brazos, de decirle: "¡Soy yo, soy tuya!" Pero las dificultades de la empresa la contenían, y sus deseos, aumentados con el disgusto, no hacían sino avivarse más.
Desde entonces aquel recuerdo de León fue como el centro de su hastío; chisporroteaba en él con más fuerza que en una estepa de Rusia, un fuego de viajeros abandonado sobre la nieve. Se precipitaba sobre él, se acurrucaba contra él,.....ella lo recogía todo y lo utilizaba todo para aumentar su tristeza.
Sin embargo, las llamas se aplacaron, bien porque el fuego se agotase por sí mismo, o porque su acumulación fuese excesiva. El amor, poco a poco, se fue apagando por la ausencia, la pena se ahogó por la costumbre; y aquel brillo de incendio que teñía de púrpura su cielo pálido fue llenándose de sombra y se borró gradualmente. En su conciencia adormecida, llegó a confundir las repugnancias hacia su marido con aspiraciones hacia el amante, los ardores del odio con los calores de la ternura; pero, como el huracán seguía soplando ....
....
....(páginas después, y después de conocer a Rodolphe)
...
León, con paso grave, caminaba junto a la pared. Jamás la vida le había parecido tan buena. Ella iba a venir enseguida, encantadora, agitada, espiando detrás las miradas que la seguían, y con su vestido de volantes, sus impertinentes de oro, sus finísimos botines, con toda clase de elegancias de las que él no había gustado y en la inefable seducción de la virtud que sucumbe. La iglesia, como un camarín gigantesco, se preparaba para ella; las bóvedas se inclinaban para recoger en la sombra la confesión de su amor....
Sin embargo, no aparecía. León se acomodó en una silla y sus ojos se fijaron en una vidriera azul donde se veían unos barqueros...., mientras que su pensamiento andaba errante en busca de Emma.
El guarda, un poco apartado, se indignaba interiormente con aquel individuo, que se permitía admirar por su cuenta la catedral. Le parecía que se comportaba de una manera monstruosa, que le robaba en cierto modo, y que casi cometía un sacrilegio.
Pero un frufú de seda sobre las losas, el borde de un sombrero, una esclavina negra...¡Era ella! León se levantó y corrió a su encuentro.
Emma estaba pálida, caminaba de prisa.
-¡Lea!-le dijo tendiéndole un papel-..¡Oh.no!
Y bruscamente retiró la mano....
...
Ya se levantaba y se iban a marchar cuando el guardia se acercó decidido, diciendo:
-¿La señora, sin duda, no es de aquí?¿La señora desea ver las curiosidades de la iglesia?
-¡Pues no!-dijo él.
-¿Por qué no?-replicó ella.
Pues ella se agarraba con virtud vacilante a la Virgen, a las esculturas, a las tumbas, a todos los pretextos.
Entonces, para seguir un orden, el guardián les llevó hasta la entrada, cerca de la plaza, donde mostrándoles con su bastón un gran círculo de adoquines negros, sin inscripciones ni cincelados, dijo majestuosamente:
-Aquí tiene la circunferencia de la gran campana de Amboise. Pesaba cuarenta mil libras. No había otra igual en toda Europa. El obrero que la fundió murió de gozo...
-Vámonos-dijo León.
.....
El inagotable guía continuaba...
.....
-¡Ah! ¡León!...Verdaderamente..., no sé... si debo...
Ella estaba melindrosa. Después en un tono serio:
-No es nada decente, ¿sabe usted?
-¿Por qué-replicó él-. ¡Esto se hace en París!
Y estas palabras, como un irresistible argumento, le hicieron decidirse.
...
...por fin apareció el coche.
...
-¿Adónde va el señor?-preguntó el cochero.
-¡Adonde usted quiera!-dijo León metiendo a Emma dentro del coche.
Y la pesada máquina se puso en marcha.
...
-¡Siga!
...
-¡No, siga recto!-dijo una voz que salía del interior.
...
-¡Siga caminando!-exclamó la voz con más furia.
....
Volvió atrás; y entonces sin rumbo ni dirección, al azar, se puso a circular de un lado para otro. ....De vez en cuando el cochero...y oía detrás exclamaciones de cólera...
Después, hacia las seis, el coche se paró....y se apeó de él una mujer con el velo bajado que echó a andar sin volver la cabeza.
(Vuelve con Charles, su marido. Muere su suegro)
....
....y con la mayor sangre fría del mundo, añadió:
-No me fío demasiado. ¡Los notarios tienen tan mala fama! Quizás habría que consultar...No conocemos más que ...¡Oh!, nadie.
-A no ser que León...-replicó Charles, reflexionando.
Pero era difícil entenderse por correspondencia. Entonces Emma se ofreció a hacer aquel viaje. Charles se lo agradeció. Ella insistió. Fue un forcejeo de amabilidades mutuas. Por fin, ella exclamó en un tono de enfado ficticio:
-No, por favor, yo iré.
-¡Qué buena eres!-le dijo besándole en la frente.
Al día siguiente tomó "L'Hirondelle" para ir a Rouen a consultar al señor León; y se quedó allí tres días.
Capítulo III (Tercera parte)
Fueron tres días plenos, deliciosos, espléndidos, una verdadera luna de miel.
Estaban en el "Hôtel de Boulogne", en el puerto. Allí vivían, con las contras y las puertas cerradas, con flores por el suelo y bebidas heladas que les traían por la mañana temprano.
....
...Su vestido negro, cuyos pliegues se ensanchaban en abanico, la hacía más delgada y más alta. Tenía la cabeza erguida, las manos juntas y los ojos mirando al cielo. A veces la sombra de los sauces la ocultaba por completo, luego reaparecía de pronto como una visión a la luz de la luna.
León, en el suelo, al lado de ella, encontró bajo su mano una cinta de seda color rojo vivo.
El barquero la examinó y acabó por decir:
-¡Ah!, puede que sea de un grupo que paseé el otro día. Vinieron un montón de comediantes, señores y señoras, con pasteles, champán, cornetines, y toda la pesca; había uno sobre todo, un mozo alto y guapo, con bigotito, que era muy divertido, y decían algo así: "Vamos, cuéntanos algo...Adolphe...Dodolphe...", me parece.
Emma se estremeció.
...(Continuará...)
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