Este blog es una iniciativa de amantes incondicionales de la poesía.
Aquí se publicaran poemas eróticos y relatos de grandes poetas y escritores, de todas las épocas y de todos los países.
Bello es dormir al lado de una mujer hermosa, después de haberla conocido hasta la saciedad. Bello es correr desnudo tras ella, por el césped de los sueños eróticos.
Pero es mejor velar, no sucumbir a la hipnosis, gustar la lucha de las fieras detrás de la maleza, con la oreja pegada a la espalda olorosa, la mano como víbora en los pechos de la durmiente, oírla respirar, olvidada de su cuerpo desnudo.
Después, llamar a su alma y arrancarla un segundo de su rostro, y tener la visión de lo que ha sido mucho antes de dormir junto a mi sangre, cuando erraba en el éter, como un día de lluvia.
Y, aún más, decirle: "Ven, sal de tu cuerpo. Vámonos de fuga. Te llevaré en mis hombros, si me dices que, después de gozarte y conocerte, todavía eres tú, o eres la nada".
Bello es oír su voz: -"'Soy una parte de ti, pero no soy sino la emanación de tu locura, la estrella del placer, nada más que el fulgor de tu cuerpo en el mundo".
Todo es cosa de hundirse, de caer hacia el fondo, como un árbol parado en sus raíces, que cae, y nunca cesa de caer hacia el fondo.
El hecho de ser observado me produjo un placer extraordinario. Yo caminaba por la habitación o me tendía en la cama. Ella no se movió en ningún momento. Repetimos esta escena todos los días durante una semana, pero al tercer día tuve una erección.
¿Se dio cuenta ella, desde el otro lado de la calle? ¿Me veía? Comencé a tocarme, sintiendo todo el tiempo cuan atenta estaba a cada uno de mis gestos. Me bañaba en una deliciosa excitación. Desde donde estaba echado podía ver la forma lujuriosa de la mujer.
Mirándola ahora directamente, jugué con mi sexo y, al final, me excité hasta tal punto que llegué al orgasmo.
La mujer no cesaba de mirarme. ¿Haría alguna señal? ¿La excitaba observarme? Seguro. Al día siguiente, aguardé su aparición con ansiedad. Salió a la misma hora, se sentó en su balcón y dirigió la mirada hacia mí. Desde aquella distancia yo no podía precisar si sonreía o no. Volví a tenderme en la cama.
Aunque éramos vecinos, no tratamos de encontrarnos en la calle. Todo cuanto recuerdo es el placer que yo obtenía así y que ningún otro placer ha igualado nunca. La mera evocación de estos episodios me produce excitación. Marianne me da, hasta cierto punto, ese mismo placer. Me gusta la expresión hambrienta con que me mira, admirándome y adorándome."
Cuando Marianne leyó aquello sintió que nunca vencería su pasividad y se consideraba traicionada como mujer. Lloró un poco. A pesar de todo, seguía amándolo. Era delicado, cariñoso y tierno. Nunca hería sus sentimientos. No era exactamente protector, pero sí fraternal y sensible a sus cambios de humor. La trataba como a la artista de la familia, respetaba su pintura, le transportaba las telas y procuraba serle útil.
Marianne era profesora en una clase de pintura. A Fred le agradaba acompañarla por la mañana con el pretexto de transportarle los útiles. Pero pronto se dio cuenta de que le animaban otros propósitos: le apasionaban los modelos. No como personas, sino por su experiencia de posar. Quería ser modelo.
Ante esto, Marianne se rebeló. Si no obtuviera placer sexual al ser observado quizá no se hubiera opuesto. Pero con esa particularidad era como si se entregara a toda la clase. Marianne no podía soportar la idea, riñó con él.
Sin embargo, él estaba entusiasmado, y acabó siendo aceptado como modelo. Aquel día Marianne se negó a ir a clase; permaneció en casa y lloró como una mujer celosa que sabe que su amante está con otra mujer.
Se encolerizó. Hizo pedazos sus retratos de él, como para arrancar su imagen de sus ojos; la imagen de su cuerpo dorado, suave y perfecto. Aunque los estudiantes fueran indiferentes a los modelos, él reaccionaba a sus ojos, y Marianne no podía tolerarlo.
Este incidente comenzó a separarlos. Parecía como si cuanto más placer le daba ella, más sucumbiera él a su vicio, cuya satisfacción buscaba sin cesar.
No tardaron en hallarse completamente distanciados.
Y Marianne se quedó de nuevo sola para mecanografiar nuestros relatos eróticos.
El erotismo en la poesía española: Los románticos (Becquer), Quevedo, Alberti, Miguel Hernández... El erotismo en la poesía latinoamericana: Carilda Oliver Labra, Francisco Rojas, Neruda, Alfonsina Storni... El erotismo en la poesía surrealista francesa; Apollinarie: cartas Lou, las mujeres de Paul Eluard, Baudelaire o el erotismo de lo siniestro... Acercamiento a la literatura erótica: Miller, Miguel Menassa, Anäis Nin...
En el taller habrá un momento de lectura y luego un momento de escritura, de tal manera que cada uno de los integrantes tendrá la posibilidad de producir poemas en el transcurso de los encuentros.
Fred se mudó al taller. Pero, como Marianne explicó, no pasó de aceptar sus caricias. Yacían en la cama, desnudos, y Fred se comportaba como si ella careciera por completo de sexo. Recibía los tributos de Marianne frenéticamente, pero el deseo de la muchacha quedaba sin respuesta. Lo máximo que hacía era ponerle las manos entre las piernas. Mientras ella le acariciaba con la boca, las manos de Fred le abrían el sexo como si fuera una flor y anduviera buscando el pistilo. Cuando Fred sentía las contracciones de la vulva, de buena gana acariciaba la palpitante abertura. Marianne era capaz de
responder, pero eso no satisfacía la ansiedad que le inspiraban el cuerpo y el sexo de su amante, y anhelaba que él la poseyera de una manera más completa, que la penetrara.
Se le ocurrió mostrarle los manuscritos que estaba mecanografiando. Pensó que eso podría incitarle. Se tendían en la cama y leían juntos. El leía en voz alta, complacido. Se detenía en las descripciones. Leía y releía, y de nuevo se quitaba la ropa y se exhibía, pero por más intensidad que alcanzara su excitación, no pasaba de ahí.
Marianne le pidió que se psicoanalizara, aduciendo lo mucho que a ella la había liberado ese tratamiento. La escuchó con interés, pero se resistió a la idea. Le animó a que escribiera también sus experiencias.
Al principio se mostró tímido e incluso avergonzado, pero luego, casi subrepticiamente, comenzó a escribir, escondiendo las páginas cuando Marianne entraba en la habitación. Usaba un lápiz gastado, y escribía como si se tratara de la confesión de un criminal. Por una casualidad, ella pudo leer lo que había escrito. Fred tenía necesidad urgente de dinero. Había empeñado su máquina de escribir, su abrigo y su reloj, y ya no le quedaba nada por empeñar.
No podía permitir que Marianne se hiciera cargo de él. Tal como estaban las cosas, ella se cansaba los ojos tecleando, trabajaba por la noche hasta tarde y nunca obtenía más que lo necesario para el alquiler y para un poco de comida. Así que acudió al coleccionista a quien Marianne entregaba los originales y le ofreció en venta el suyo propio, excusándose de que estuviera escrito a mano. El coleccionista tuvo dificultades para leerlo e, inocentemente, se lo dio a Marianne para que lo mecanografiara.
De este modo, Marianne se encontró con el manuscrito de su amante en las manos. Lo leyó con avidez antes de pasarlo a máquina, incapaz de controlar su curiosidad, en busca del secreto de la pasividad de Fred. He aquí lo que leyó:
"Las más de las veces, la vida sexual es un secreto. Todo el mundo conspira para que lo sea. Ni los mejores amigos se cuentan los detalles de sus vidas sexuales. Aquí, con Marianne, vivo en una extraña atmósfera. Hablamos, leemos y escribimos únicamente de la vida sexual.
Recuerdo un incidente que ya había olvidado por completo. Ocurrió cuando tenía unos quince años y era aún sexualmente inexperto. Mi familia había alquilado en París un apartamento con muchos balcones. En verano me gustaba pasear desnudo por mi habitación. Una vez se abrieron los batientes y me di cuenta de que una mujer me estaba observando desde el otro lado de la calle.
Estaba sentada en su balcón mirándome con el mayor descaro y algo me impulsó a simular que no me daba cuenta en absoluto. Temía que si se percataba de que la había descubierto se iría...
Departamento de Clínica Psicoanalítica Grupo Cero. Más de 30 años de experiencia. 40 psicoanalistas a su servicio. Atención online, telefónica o presencial. Tfno: 917581940 mail: clinica@grupocero.org