jueves, 2 de julio de 2009

RELATOS ERÓTICOS. MARIANNE -5- ANÄIS NIN



Cuadro: El baño. Degas

Fred se mudó al taller. Pero, como Marianne explicó, no pasó de aceptar sus caricias. Yacían en la cama, desnudos, y Fred se comportaba como si ella careciera por completo de sexo. Recibía los tributos de Marianne frenéticamente, pero el deseo de la muchacha quedaba sin respuesta. Lo máximo que hacía era ponerle las manos entre las piernas. Mientras ella le acariciaba con la boca, las manos de Fred le abrían el sexo como si fuera una flor y anduviera buscando el pistilo. Cuando Fred sentía las contracciones de la vulva, de buena gana acariciaba la palpitante abertura. Marianne era capaz de

responder, pero eso no satisfacía la ansiedad que le inspiraban el cuerpo y el sexo de su amante, y anhelaba que él la poseyera de una manera más completa, que la penetrara.

Se le ocurrió mostrarle los manuscritos que estaba mecanografiando. Pensó que eso podría incitarle. Se tendían en la cama y leían juntos. El leía en voz alta, complacido. Se detenía en las descripciones. Leía y releía, y de nuevo se quitaba la ropa y se exhibía, pero por más intensidad que alcanzara su excitación, no pasaba de ahí.

Marianne le pidió que se psicoanalizara, aduciendo lo mucho que a ella la había liberado ese tratamiento. La escuchó con interés, pero se resistió a la idea. Le animó a que escribiera también sus experiencias.

Al principio se mostró tímido e incluso avergonzado, pero luego, casi subrepticiamente, comenzó a escribir, escondiendo las páginas cuando Marianne entraba en la habitación. Usaba un lápiz gastado, y escribía como si se tratara de la confesión de un criminal. Por una casualidad, ella pudo leer lo que había escrito. Fred tenía necesidad urgente de dinero. Había empeñado su máquina de escribir, su abrigo y su reloj, y ya no le quedaba nada por empeñar.

No podía permitir que Marianne se hiciera cargo de él. Tal como estaban las cosas, ella se cansaba los ojos tecleando, trabajaba por la noche hasta tarde y nunca obtenía más que lo necesario para el alquiler y para un poco de comida. Así que acudió al coleccionista a quien Marianne entregaba los originales y le ofreció en venta el suyo propio, excusándose de que estuviera escrito a mano. El coleccionista tuvo dificultades para leerlo e, inocentemente, se lo dio a Marianne para que lo mecanografiara.

De este modo, Marianne se encontró con el manuscrito de su amante en las manos. Lo leyó con avidez antes de pasarlo a máquina, incapaz de controlar su curiosidad, en busca del secreto de la pasividad de Fred. He aquí lo que leyó:

"Las más de las veces, la vida sexual es un secreto. Todo el mundo conspira para que lo sea. Ni los mejores amigos se cuentan los detalles de sus vidas sexuales. Aquí, con Marianne, vivo en una extraña atmósfera. Hablamos, leemos y escribimos únicamente de la vida sexual.

Recuerdo un incidente que ya había olvidado por completo. Ocurrió cuando tenía unos quince años y era aún sexualmente inexperto. Mi familia había alquilado en París un apartamento con muchos balcones. En verano me gustaba pasear desnudo por mi habitación. Una vez se abrieron los batientes y me di cuenta de que una mujer me estaba observando desde el otro lado de la calle.

Estaba sentada en su balcón mirándome con el mayor descaro y algo me impulsó a simular que no me daba cuenta en absoluto. Temía que si se percataba de que la había descubierto se iría...

Continuará

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