martes, 30 de junio de 2009

RELATOS ERÓTICOS. MARIANNE -4- ANÄIS NIN


Cuadro: Diana, de Etienne- Barthélemuy Garnier


Aquello le afectó visiblemente. Todo su sexo se tornó más rígido a causa del placer. Ella estaba arrodillada muy cerca, lo tenía casi al alcance de la boca, pero sólo pudo repetir:

–¡Qué hermoso es!

Como él no se movía, Marianne se acercó aún más, sus labios se abrieron un poco y su lengua tocó con delicadeza, con mucha delicadeza, la punta del sexo. Él no se apartó: continuaba mirando el rostro de la artista, y la forma en que su lengua acariciaba su sexo.

Lo lamió con suavidad, con la delicadeza de un gato, y a continuación se introdujo una parte en la boca y cerró los labios alrededor. El miembro se estremecía.

Se contuvo, por miedo a encontrar resistencia, y él no la animó a continuar. Parecía contento. Marianne sintió que eso sería todo cuanto podría pedirle. Se puso en pie y volvió a su trabajo. Estaba sumida en la confusión. Ante sus ojos pasaban violentas imágenes. Recordaba unas películas que había visto en París, con figuras revolcándose en la hierba, pantalones blancos abiertos por diligentes manos, caricias, más caricias y el placer que hacía que los cuerpos se retorcieran y ondularan; el placer que recorría la piel como si fuera agua y provocaba estremecimientos cuando la oleada se apoderaba de los vientres o las caderas de los personajes, o cuando ascendía por sus espaldas o descendía por sus piernas.

Pero se controló, con el conocimiento intuitivo que una mujer posee de los gustos del hombre a quien desea. En cuanto a él, permaneció extasiado, con el sexo en erección y el cuerpo estremeciéndose débilmente, como si lo recorriera el placer al recordar la boca de Marianne abriéndose para entrar en contacto con el suave miembro.

Al día siguiente de este episodio, Marianne repitió su actitud de exaltada adoración, su éxtasis ante la belleza de aquel sexo. De nuevo se arrodilló y oró ante el extraño falo que sólo reclamaba admiración.

Lo lamió otra vez, provocando desde el sexo estremecimientos de placer; volvió a besarlo, encerrándolo entre sus labios como un maravilloso fruto, y de nuevo él tembló. Entonces, para sorpresa de Marianne, una minúscula gota de una sustancia blanca, lechosa y salada, la procursora del deseo, se disolvió en su boca, por lo que acrecentó la presión y aceleró los movimientos de la lengua.

Cuando vio que se derretía de placer, se detuvo, intuyendo que, tal vez, si se apartaba entonces, él haría algún gesto para consumar el acto. Al principio, no hizo ningún movimiento. Su sexo se estremecía, y se le veía atormentado por el deseo. Pero luego, para sorpresa de Marianne, se llevó la mano al miembro, como si fuera a satisfacerse a sí mismo.

Marianne cayó en la desesperación. Apartó la mano del hombre, tomó su sexo en la boca de nuevo, rodeó sus órganos con sus dos manos, y le acarició y succionó hasta provocarle el orgasmo.

El se inclinó, agradecido y tierno, y murmuró: –Eres la primera mujer, la primera mujer, la primera mujer...


viernes, 26 de junio de 2009

RELATOS ERÓTICOS. DIARIO DE UN SEDUCTOR. KIERKEGAARD

Cuadro: Estudio de mujer en rojo


"...Ni siquiera ha reparado en mi presencia. Estoy situado al otro extremo del mostrador, totalmente ausente de mí mismo. De la pared frontera pende un gran espejo. ¡Con qué felicidad no recoge su imagen! Como un humilde esclavo, abandonado y fiel. Un esclavo para el que ella significa mucho, pero que no significa nada para ella. Se atreve a recoger su imagen, mas no a ella misma; la refleja, pero no la comprende. ¡Espejo desdichado que no puedes guardar su imagen en secreto y ocultarla a los ojos del mundo, sino que, por el contrario, se la muestras a todos los que la quieren ver! Esto es lo que yo estoy haciendo ahora. ¡Qué enorme tortura si el hombre estuviera constituido como tú lo estás! Y, sin embargo, hay muchos hombres que sólo gozan de lo que poseen en cuanto se lo muestran a los demás;....¡Qué hermosa eres! ¡Pobre espejo, para ti tiene que ser un suplicio no poder captar tanta belleza! ¡Claro que tú tampoco conoces la amargura de los celos! La forma de su cara es perfectamente ovalada. La inclina un poco hacia adelante, con lo que resalta más su frente, limpia y soberbia, que no revela en nada sus facultades intelectuales. Sus cabellos oscuros se ciñen suave y delicadamente en torno a sus sienes....
En este momento se quita un guante y nos muestra al espejo y a mí su diestra blanquísima y bien modelada, como la de una estatua antigua. No lleva ninguna sortija, ni siquiera el anillo de oro liso de las prometidas. ¡Bravo! Ahora levanta la cabeza. Su fisonomía permanece la misma y, no obstante, parece otra. La frente es un poco más alta y el óvalo de su cara no tan regular, pero más vivo.... No está prometida. ¿Ay, pero cuántas no están prometidas y con todo tienen amado, y cuántas que lo están, no lo tienen...!
¿Qué hacer? ¿Renunciaré a ella? ¿La dejaré tranquila en su alegría? Se dispone a pagar, pero ha perdido el bolso. De seguro que dará sus señas, mas yo no quiero oírlas, prefiero aplazar la sorpresa. Nos encontraremos de nuevo en la vida. Tengo que reconocerla, y quizá ella también me reconozca a mí, porque no es nada fácil olvidar mi mirada de reojo. ....
Nada de impaciencia, nada de voracidad, todo ha de gozarse tirando y atrayendo lentamente. Se ha convertido en el blanco de mi elección y no hay duda de que la atraparé."

RELATOS ERÓTICOS. MARIANNE -3- ANÄIS NIN


Cuadro: Jasçon. Gustave Moreau.

...Pero en cuanto mis ojos se pasearon por el resto de su cuerpo, pude advertir el efecto que eso le producía. Su sexo temblaba imperceptiblemente.
Quise dibujar esa protuberancia con la misma calma con la que había dibujado la rodilla. Pero la virgen que llevo en mí estaba turbada.
Pensé: "Tengo que dibujar lentamente, con atención, hasta que pase la crisis, pues de lo contrario, podría descargar su excitación en mí." Pero no; el joven no hizo ningún movimiento. Estaba absorto y satisfecho.
Yo era la única turbada y no sabía por qué. Cuando terminé, se vistió de nuevo, con calma, completamente seguro de sí mismo. Avanzó hacia mí, me dio la mano cortésmente y preguntó:
–¿Puedo venir mañana a esta misma hora?"
Aquí concluía el relato, y en aquel momento entró Marianne en el estudio, sonriendo.
–¿Verdad que es una aventura extraña? –me dijo.
–Sí, y me gustaría saber qué sentiste cuando se hubo marchado.
–Después –confesó– fui yo la que estuve excitada todo el día, recordando su cuerpo y su hermosísimo sexo rígido. Miré mis dibujos, y a uno de ellos le añadí la imagen completa del incidente. Estaba atormentada por el deseo. Pero a un hombre así sólo le interesa que le miren.
Aquello hubiera podido quedar en una simple aventura, pero para Marianne se convirtió en algo más importante. Advertí cómo crecía su obsesión por el joven. Evidentemente, la segunda sesión fue igual que la primera. No se dijo nada. Marianne no exteriorizó emoción alguna.
El, por su parte, no confesó el placer que le causaba el escrutinio de que era objeto su cuerpo. Todos los días, Marianne descubría nuevas maravillas. Todos los detalles de su cuerpo eran perfectos. ¡Si tan sólo hubiera mostrado un mínimo interés por el cuerpo de ella! Pero no lo hizo, y Marianne adelgazaba y se consumía de deseo insatisfecho.
También la afectaba el hecho de copiar continuamente aventuras ajenas, pues ahora todos los escritores del grupo le entregaban su original, pues se podía confiar en ella. Por las noches, la pequeña Marianne, de senos abundantes y maduros, se inclinaba sobre la máquina de escribir y tecleaba febriles palabras acerca de violentos encuentros físicos. Unos hechos la afectaban más que otros.
Le gustaba la violencia. Por ello, esa situación con el joven era para ella la más insostenible de las situaciones. No podía creer que sintiera tanta excitación física y un placer tan evidente por el mero hecho de que ella fijara sus ojos en él, como si lo estuviera acariciando.
Cuanto más pasivo e inexpresivo se mostraba, más deseaba hacerlo objeto de su violencia. Soñaba con forzar su voluntad, pero ¿cómo podía forzar la voluntad de un hombre? Puesto que no podía tentarlo con su presencia, ¿cómo lograría hacerse desear? Anhelaba que se durmiera, lo que le brindaría una oportunidad de acariciarlo, y que él la tomara. 0 que entrara en el taller mientras ella se vestía y que la visión de su cuerpo le excitara.
En una de las ocasiones en que le esperaba, probó a dejar la puerta abierta de par en par mientras se vestía, pero él miró a otra parte y tomó un libro.
Era imposible excitarlo, excepto mirándolo, y Marianne se hallaba ahora poseída de un frenético deseo. El dibujo estaba terminándose.
Conocía todos los rincones de su cuerpo, el color de su piel, tan dorada y clara, cada una de las formas de sus músculos y, por encima de todo, el sexo en constante erección, suave, pulido, firme, tentador.
Se aproximó a su cliente para colocar a su lado una cartulina blanca que proyectara un reflejo más blanco o bien más sombras sobre su cuerpo. Y entonces perdió el control de sí misma y cayó de rodillas ante el sexo erecto. No lo tocó; se limitó a mirarlo y murmuró:
–¡Qué hermoso es!...

martes, 23 de junio de 2009

RELATOS ERÓTICOS, MARIANNE, ANÄIS NIN.

Cuadro: Las perlas de Afrodita, de Herbert

Mediando su trabajo, Marianne se había sentido poseída por el deseo de relatar sus propias experiencias. Y esto es lo que escribió:
"Hay cosas que, cuando las lees, te hacen comprender que no has vivido en absoluto, que no has sentido ni experimentado nada hasta el momento. Ahora veo que la mayor parte de las cosas que me han sucedido eran de carácter clínico, anatómico. Había unos sexos que se tocaban, se confundían, pero sin chispa, sin furia sin sensaciones.
¿Cómo puedo alcanzar el placer? ¿Cómo puedo empezar a sentir, a sentir? Quiero enamorarme de tal forma, que la mera visión de un hombre, incluso a una manzana de distancia, me conmueva y me penetre, me debilite y me haga temblar, aflojarme y derretirme entre las piernas. Así es como quiero yo enamorarme; tan fuerte que el simple hecho de pensar en el amado me produzca un orgasmo.
Esta mañana, mientras estaba pintando, llamaron muy suavemente a la puerta. Fui a abrir, era un joven más bien apuesto, pero tímido y azorado, que al momento me gustó.
Se deslizó en el taller y no miró en torno, sino que mantuvo sus ojos clavados en mí, como suplicantes, y dijo:
–Me envía un amigo suyo. Usted es pintora y quisiera encargarle un trabajo. Me pregunto si usted... ¿Querría usted? Sus palabras quedaron ahogadas y se ruborizó. Era como una mujer.
–Pase y siéntese –le invité, pensando que eso le haría sentirse cómodo.
Entonces vio mis pinturas, que son abstractas.
–Pero usted puede pintar una figura realista, ¿no? –preguntó.
–Desde luego que puedo.
Le mostré mis dibujos.
–Son muy vigorosos –observó, cayendo en un trance de admiración por uno que representaba a un musculoso atleta.
–¿Quiere usted un retrato suyo?
–Bueno, sí; sí y no. Quiero un retrato. Pero se trata de un tipo de retrato poco usual. Yo no sé si usted accederá...
–Acceder ¿a qué?
–Bueno –balbució por fin–. ¿Querría usted hacerme un retrato de este tipo? –y señaló al atleta desnudo.
Esperó alguna reacción por mi parte. Me había acostumbrado tanto a la desnudez masculina en la escuela de arte, que me sonreí ante su timidez. Aunque no fuera lo mismo tener un modelo desnudo que pagaba al artista por dibujarlo, yo no creía que hubiera nada de extravagante en su petición. Esta era mi opinión, y así se lo dije.
Mientras tanto, con el derecho de observación que se reconoce a los pintores, estudié sus ojos violeta, el suave y dorado vello de sus manos y el fino cabello sobre sus orejas. Tenía un aspecto de fauno y un carácter femeninamente evasivo que me atrajeron.
A pesar de su timidez, parecía sano y más bien aristocrático. Sus manos eran suaves y flexibles y sabía comportarse. Mostré un cierto entusiasmo profesional que pareció deleitarle y animarle.
–¿Quiere usted que empecemos ya? –preguntó–. Llevo algo de dinero. Puedo traer el resto mañana.
Le señalé el rincón de la habitación donde estaba el biombo que ocultaba mi ropa y el lavabo. Pero volvió hacia mí sus ojos y dijo inocentemente:
–¿Puedo desnudarme aquí?
Me sentí ligeramente incómoda, pero accedí. Me ocupé buscando papel de dibujo, moviendo una silla y sacando punta al carboncillo. Me pareció que se desnudaba con una lentitud fuera de lo normal, como si esperara que le prestase atención. Le miré atrevidamente, como si estuviera empezando a estudiarlo, carboncillo en mano.
Se desvestía con sorprendente premeditación, como si se tratara de una tarea especial, un ritual. En un momento dado, me miró a los ojos y sonrió, mostrando sus dientes finos y regulares. Su cutis era tan delicado que recibió la luz que penetraba por el gran ventanal y la retuvo como si fuera un tejido de raso.
En ese momento, el carboncillo cobró vida en mi mano, y pensé que sería un placer dibujar a aquel joven, casi tanto como acariciarlo.
Se había quitado la chaqueta, la camisa, los zapatos y los calcetines; le quedaban sólo los pantalones. Se los sostenía como si estuviera haciendo strip-tease, mirándome todavía. Yo no lograba interpretar el fulgor de placer que animaba su cara.
Entonces se inclinó se desabrochó el cinturón, y los pantalones se le deslizaron. Permaneció completamente desnudo ante mí y en el más obvio estado de excitación sexual. Cuando me hube percatado de ello hubo un momento de suspense. Si protestaba, perdería mis honorarios, que tanto precisaba.
Traté de leer en sus ojos. Parecía decir: "No te enfades. Perdóname."Así pues, opté por dibujarlo. Era una extraña experiencia. Mientras dibujaba la cabeza, el cuello y los brazos, todo iba bien.

miércoles, 17 de junio de 2009

RELATOS ERÓTICOS. MARIANNE -1- ANÄIS NIN



Cuadro: La ninfa de la luna. Falero
Yo era la madame de una casa de prostitución literaria; la madame de un grupo de escritores hambrientos que producían relatos eróticos para vendérselos a un «coleccionista». Fui la primera en escribir, y todos los días entregaba mi trabajo a una joven para que lo mecanografiara en limpio.
Esta joven, Marianne, era pintora, y por las noches escribía a máquina para ganarse la vida. Su cabello era un halo dorado, tenía ojos azules, cara redonda y senos firmes y turgentes, pero acostumbraba a disimular la opulencia de su cuerpo, en vez de ponerla de manifiesto, a disfrazarse con deformados atuendos bohemios, chaquetas anchas, faldas de colegiala e impermeables. Procedía de una pequeña ciudad. Había leído a Proust, Krafft-Ebing, Marx y Freud.
Y, claro está, había tenido muchas aventuras sexuales, pero existen aventuras en las que el cuerpo no participa en realidad. Se estaba decepcionando a sí misma. Creía que, como se había acostado con hombres, los había acariciado y había hecho todos los gestos prescritos, poseía experiencia de la vida sexual.
Pero todo eso era externo. En efecto, su cuerpo había sido insensibilizado, deformado, se le había impedido madurar. Nada la había afectado profundamente. Era todavía virgen. Lo noté apenas entré en la habitación. De la misma forma que un soldado se niega a admitir que tiene miedo, Marianne no quería admitir que era fría, frígida. Pero se estaba psicoanalizando.
No podía dejar de preguntarme en qué medida la afectarían los relatos eróticos que le entregaba para mecanografiar. Junto con la intrepidez intelectual y la curiosidad, había en ella un pudor físico que luchaba por no revelar, pero que descubrí accidentalmente al enterarme de que nunca había tomado desnuda un baño de sol, y que la simple idea de hacerlo la intimidaba.
Lo que recordaba de manera más obsesiva era una noche con un hombre al que ella no había respondido, pero que en el momento de abandonar el estudio, la había apretado contra la pared, le había levantado una pierna y la había penetrado. Lo extraño del caso es que en aquel momento, no había sentido nada, pero cada vez que recordaba la escena, se ponía ardiente e inquieta. Se le aflojaban las piernas y lo hubiera dado todo por volver a sentir aquel cuerpo pesado presionando contra el suyo, ciñéndola contra la pared, impidiéndole escapar y, por último, tomándola.
Un día se retrasó en la entrega del trabajo. Fui a su estudio y llamé a la puerta. No respondió nadie. Empujé la puerta y se abrió. Marianne debía haber salido a algún recado.
Me dirigí a la máquina de escribir para comprobar cómo iba el trabajo y vi un texto que no reconocí. Pensé que tal vez estaba empezando a olvidarme de lo que escribía. Pero eso era imposible. No era un escrito mío. Empecé a leer, y entonces comprendí.

miércoles, 10 de junio de 2009

POESÍA ERÓTICA. EL AMANTE MUNDIAL. JUAN GELMÁN


Cuadro: Chirico

1962
OFELIA
esta Ofelia no es la prisionera de su propia voluntad
ella sigue su cuerpo
espléndida como un golpe de vino en medio de los
hombres
su cuerpo estilo renacimiento lleno de sol de Italia pasa
por Buenos Aires
Ofelia yo en tus pechos fundaría ciudades y ciudades de
besos
hermosas libres con su sombra a repartir con los
amantes mundiales
Ofelia por tus pechos pasa como un temblor de
caballadas a medianoche por Florencia
tus pechos altos duros come il palazzo vecchio
una tarde del verano de 1957
iba yo por Florencia rodeado de tus pechos sin saberlo
era igual la delicia la turbación el medio
las sombras empezaban a andar por las callejas con un
olor desconocido
algo como tus pechos después de haber amado
eras oscura Ofelia para entonces y enormemente triste
una adivinación una catástrofe
un oleaje de olvido después de la ternura
una especie de culpa sin castigo
de furia en paz con su gran guerra
andadas por Florencia con tus pechos yendo viniendo
por las sombras
con saudade de mí seguramente
tu hombro izquierdo digamos
lloraba a tus espaldas o largada sus ansias lentas en el
crepúsculo y ellas venían a mi sangre
o era un temblor como un presagio
gracias te sean dadas ojos míos
yo les beso las manos bésoles muy los pies
gracias narices mías muchas gracias oídos con que
escucho los ruidos de la Ofelia
antes apenas era una ciudad de Italia
sus tiros me llenaban de otra desgracia el corazón.

viernes, 5 de junio de 2009

POESÍA ERÓTICA. PIEDRA DE HORNO. NICOLÁS GUILLÉN


Cuadro: El tocador. Falero

La tarde abandonada gime deshecha en lluvia.
Del cielo caen recuerdos y entran por la ventana.
Duros suspiros rotos, quimeras lastimadas.
Lentamente va viniendo tu cuerpo.
Llegan tus manos en su órbita
de aguardiente de caña;
tus pies de lento azúcar quemados por la danza,
y tus muslos, tenazas del espasmo,
y tu boca, sustancia
comestible y tu cintura
de abierto caramelo.
Llegan tus brazos de oro, tus dientes sanguinarios;
de pronto entran tus ojos traicionados;
tu piel tendida, preparada
para la siesta:
tu olor a selva repentina; tu garganta
gritando –no sé, me lo imagino-, gimiendo
-no sé, me lo figuro-, quemándose- no sé, supongo, creo;
tu garganta profunda
retorciendo palabras prohibidas.
Un río de promesas
desciende de tu pelo,
se demora en tus senos,
cuaja al fin en un charco de melaza en tu vientre,
viola tu carne firme de nocturno secreto.
Carbón ardiente y piedra de horno
en esta tarde fría de lluvia y de silencio.

lunes, 1 de junio de 2009

POESÍA ERÓTICA, TE AMO, PAUL ÉLUARD


Cuadro: Odalisca. Michette Francesco Paolo

Te amo por todas las mujeres que no he conocido
Te amo por todos los tiempos que no he vivido
Por el olor del mar inmenso y el olor del pan caliente.
Por la nieve que se funde por las primeras flores
Por los animales puros que el hombre no persigue
Te amo por amar
Te amo por todas las mujeres que no amo

Quién me refleja sino tú misma me veo tan poco
Sin ti no veo más que una planicie desierta
Entre antes y ahora
Están todas estas muertes que he sorteado sobre paja
No he podido atravesar el muro de mi espejo
Tuve que aprender la vida como se olvida
Palabra por palabra

Te amo por tu sabiduría que no me pertenece
Te amo contra todo lo que no es más que ilusión
Por el corazón inmortal que no poseo
Crees ser la duda y no eres sino razón
Eres el sol que me sube a la cabeza
Cuando estoy seguro de mí.